En una reciente entrevista, el octogenario y admirable GM Viktor Korchnoi manifiesta su pesar porque no hace mucho perdió sendas partidas por tiempo (ante Muzychuk y Koneru) por haberse dormido, o algo muy parecido al letargo, ensimismado en sus reflexiones. Y dice que, de seguir así, de volver a repetirse, eso le obligaría a dejar la competición. Aunque luego se muestra optimista y quiere seguir jugando, como ese torneo que pidió como regalo de cumpleaños.

Habla luego de que, si deja de jugar, durante un tiempo dará clases a sus discípulos, refiriéndose a muchos destacados con quienes compartió cientos de horas de análisis conjunto.

Sin embargo, tres de los más importantes (Jeroen Piket, Joël Lautier y Har-Zvi) han dejado el ajedrez.

¿No decía Botvinnik que nadie deja realmente el ajedrez? Y lo decía a propósito de la retirada de Bobby Fischer del mundanal ruido, en lo que pareció un vaticinio equivocado. Equivocado, pero sólo a medias, pues veinte años después (como los mosqueteros de Alejandro Dumas) volvía para jugar un ajedrez «poco interesante» según algunos, pero en mi opinión, mucho más interesante de lo que esos algunos decían.

En cualquier caso, y volviendo al trío de discípulos de Korchnoi, ¿estaremos ante un caso de quienes el Dr. Freud llamaba «los destruidos por el éxito» (Die am Erfolge Scheitern)? Los dos primeros, al menos, llegaron a muy altas cotas del ranking mundial. Lautier dijo luego en un periódico francés que lo había dejado porque ya no podía jugar un ajedrez brillante y, desde luego, no tan efectivo como el de Korchnoi.

A Korchnoi, colofón del artículo, sólo lo retirará la naturaleza. La pérfida naturaleza.

Habría que estudiar a los desaparecidos del ajedrez. Son casos interesantes, a menudo dramáticos. ¿Destruidos por el éxito? Quién sabe.

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