ajedrez, enero 26, 2022

LA HABITACIÓN 43

La vida del cuarto campeón mundial de ajedrez, Alexander Alekhine, ha sido sometida a un minucioso escrutinio por los historiadores de nuestro juego. Es inevitable recordar aquí el excelente Agonía de un genio, de Pablo Morán, uno de nuestros  más destacados autores. El polifacético Alexander Kotov, por ejemplo, considerado el mayor especialista en su carrera, incluso se atrevió con una novela biográfica sobre la que rodaron en Francia, con guión suyo, la película Blanche Neige de Russie (Blancanieves de Rusia; no es posible conservar el juego de palabras en español, que incluye en su doble lectura a Blanca nieve de Rusia). Por otra parte, no hace mucho, Paolo Maurensig (que ya había debutado como literato de ajedrez con La Variante Lüneburg) publicó su Teoría de las sombras, que, si bien concebida como ficción, es casi una crónica periodística de los últimos días de Alekhine en Portugal.

El autor, profesor de literatura, que, obviamente, sabe escribir, enseñó literatura francesa durante varios años en San Petersburgo, lugar privilegiado que sin duda le habrá permitido indagar y documentarse sobre la vida de su protagonista.

En la primera parte del libro (y no es que esté estructurado en partes, sino que hay una marcada orientación de contenidos, que cambia sustancialmente a partir del capítulo 13) encontramos todos los tics, tópicos y conocidos momentos anecdóticos de la vida del legendario campeón. El chascarrillo de Najdorf, recordándole que le había vencido en una ocasión, en Varsovia, el jarrón de porcelana  de Sèvres obsequio del zar Nicolás II, la pieza que arrojó con violencia tras ser vencido por Spielmann, la historia de que un campeón del mundo no necesita pasaporte (posteriormente retomada por Tal), las referencias a su tercera esposa, maliciosamente conocida en los círculos parisinos como la viuda de Philidor, y en los vieneses como “el árbol de Navidad” por su cargamento de joyas, etc.

Me suenan un poco ridículas las reiteradas alusiones al “tercer ojo”: “El culpable era más bien su tercer ojo, aquella sombra que lo vigilaba constantemente…” (página 12 y varias más). ¿Qué es, nos preguntamos, este libro? ¿Una novela biográfica, una biografía novelada, periodismo histórico, novela de no ficción? Vladimir Nabokov renegaba de la novela biográfica, que consideraba un fraudulento género literario. La categorización de la obra, en cualquier caso, no debe preocuparnos, ni importarnos. Sólo la calidad de lo que se nos cuenta, cómo se nos cuenta y el impacto que en nosotros suscita la narración. Pero, inevitablemente, al optar por este género híbrido, el lector no puede evitar pasar lo que lee por su propio filtro, contrastarlo con lo que conoce sobre la vida de Alekhine, y detectar así notas falsas. Cuando el autor se desliza hacia temas técnicos, surgen las habituales pifias de quien desconoce el ajedrez, una radiografía clásica de los autores que se meten en terreno cenagoso. Lo dejó escrito Wittgenstein en su Tractatus: “De lo que no se puede hablar hay que callarse”, pero parece que el mensaje de esa admonición no prende. Por eso, para no caer en el pecado de los anacronismos e incoherencias, algunos grandes autores nunca situaron sus ficciones en escenarios o contextos reales. “He hecho dos nulos” (p. 16) no parece imputable al autor, pues en francés nulle  es el término para tablas y j’ai fait deux nulles es perfectamente correcto (el traductor ni siquiera conserva el femenino). “los inconvenientes del ataque nimzo-indio” (59). A propósito de las exhibiciones de simultáneas a la ciega: “Daba igual que fueran sesenta o tres mil, les habría ganado a todos sin sentir la necesidad de volverse.” (P. 37). Bueno, hay disparates menos disparatados. En el capítulo 11 la avioneta de un tal Brikmann aterriza junto al castillo de los Alekhine en Normandía. Se trata de Alfred Brinckmann, el notable maestro.”…y ya era demasiado tarde para llevar a cabo una retirada a la hipermoderna.” (122). La leyenda del enfrentamiento con Trotsky en Odesa…

El cambio de registro se produce en la página 95, en la que el autor advierte que “la honestidad en el tratamiento de las fuentes” es el motor que guía el trabajo de los historiadores de ajedrez, y que “no es de extrañar que su rigor científico los haya apartado del abominable y mal documentado terreno en que nos aventuraremos a partir de ahora.” ¿Curación en salud? Comoquiera que sea, a partir de ese momento el libro toma un sesgo decididamente ficticio, aunque sin abandonar del todo los referentes reales.

La fascinación que Alekhine ejerce sobre el imaginario colectivo nunca ha perdido su aura. Contribuye a ello no sólo su grandeza como ajedrecista, sus geniales combinaciones y su entrega obsesiva al rey de los juegos, entendido por él como arte sublime, sino también su convulsa experiencia vital. En un viejo número de ‘El ajedrez español’, Juan Lacasa Lacasa, un veterano aficionado y alcalde durante muchos años de Jaca (Huesca), introducía así un bonito artículo sobre el mítico maestro: “Fatalmente, Alekhine parecía encontrarse siempre en el epicentro de todos los terremotos históricos: Primera Guerra Mundial, Revolución Rusa, Segunda Guerra Mundial, con la ocupación de Francia, de la que él era entonces ciudadano…” (Advierto a los muy puristas que cito de memoria para que no se me solivianten si falta una coma).

Pocas veces he visto un libro consagrado a un personaje famoso que exhiba tan poca empatía con el protagonista. A lo largo de la obra, la figura de Alekhine recibe un repertorio de calificativos y epítetos interminable: el sádico del ajedrez (atribuido a Reuben Fine), “más inmoral que Richard Wagner y Jack el destripador” (Harold Schönberg, el padre de la música dodecafónica), bregador, zafio, bruto, monstruo de orgullo y de vicio, oportunista, canalla, gigoló, antisemita, colaboracionista, gusano, criminal de guerra, “genial y lamentable, magnífico y odioso, indiscutible y despreciable”… “Para Capablanca, Alekhine era un sociópata intratable” (40). “Alekhine solía encontrar la inspiración para sus futuras partidas  en la rabia, el rencor, el odio y la envidia. Sacaba partido a todo un arsenal de pulsiones diabólicas.” (107).

Con todo, el autor ha recreado un personaje: le ha dado vida y verosimilitud. Nos lo creemos o no, en función de lo que conocemos de la vida de Alekhine, pero tiene consistencia y, en cualquier caso, la descripción de sus últimos años nos transmite su ansiedad, su amor por la vida, su incurable optimismo, su increíble desprecio por la salud, su indeseada soledad.

Hay una serie de apuntes y hallazgos inspirados. Por ejemplo:

Se olvidó de las sesenta y cuatro casillas y vio únicamente lo que en esencia es una partida, es decir, una red de fuerzas invisibles, impalpables y magnéticas. (37)

Przepiórka creía que los poetas, los jugadores de ajedrez, los pintores y todos los demás “trabajadores de lo inútil”, como él los llamaba, debían vestir con orgullo, mejor que los banqueros y los hombres de negocios. (119)

No culpo a nadie por no apreciar al artista apátrida que soy. Al contrario, les agradezco que me permitan jugarme la vida sobre el tablero. Un artista debería jugársela siempre. (Spielmann, 128)

El juego no acaba jamás. La vida continúa. (157)

El único que siempre vence, el que gana todas las partidas es el propio juego. (161)

Capablanca había dado sentido a la vida de Alekhine. (…) Desaparecido Capablanca, estaba doblemente muerto. (169)

En tres capítulos se retratan los últimos días de Dawid Przepiórka, Rudolf Spielmann y Akiba Rubinstein. Me gustaron. Sin grandes efectos ni concesiones, estos relatos impactan, se ciñan o no rigurosamente al punto final verídico de estos grandes maestros, grandes no sólo en el tablero de ajedrez, sino también en el dramático tablero existencial.

Al final de la novela, en la figuración y representación del drama imaginado por el autor (que, lógicamente, sería una torpeza imperdonable revelar a los futuros lectores del libro), mientras Alekhine se busca a sí mismo, angustiado por la trampa mortal en que vive, la realidad y sus coordenadas vuelven a la novela, envueltas en bruma, para diseñar el desenlace de todos conocido y, a la vez, desconocido: el telegrama de Botvinnik. Las cartas de Bromfield. Marzo. Estoril. El Hotel do Parque. La habitación 43.

 

LA DIAGONAL ALEKHINE

Arthur Larrue

Editorial Alfaguara, 2022

ISBN 9788420460932

280 páginas, 15×24 cm.

Traducción: José Antonio Soriano Marco

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