En su discurso de recepción en la Real Academia Española de la Lengua, Manuel Machado (1874-1947) alude a Leonardo Torres Quevedo (1852-1936), inventor del primer autómata de ajedrez, un artilugio que ejecutaba el mate de rey y torre.
El discurso, de 1936, tiene un título extraño, Semi-poesía y posibilidad. Sigue un extracto:
La obligación, ineludible y ritual en estas recepciones, de hacer el elogio del académico a quien venimos a suceder, excusa, sin duda, el que yo tome aquí en boca el nombre insigne de don Leonardo Torres Quevedo, gloria de la ciencia española y universal.
Pero no autorizaría nunca la pretensión de analizar la personalidad y la obra de aquel sabio en hombre tan ignorante como yo de las disciplinas a que él debe su renombre inmarcesible.
De las dos clases de sabios, empero, que yo conozco y que pudiéramos llamar (un poco a lo pintor de brocha) sabios en prosa y sabios en verso, o si lo preferís, sabios historiadores y sabios poetas, me atrevería a decir que Torres Quevedo pertenece a esta última y, para mí, superior categoría.
No se limita, en efecto, Torres Quevedo al conocimiento dilatadísimo y perfecto de la Física y Matemática, ni siquiera al empleo, en cierto modo normal y pasivo, de ese conocimiento extraordinario en los problemas y ejercicios especialmente propios de su carrera de ingeniero. No se contenta, en fin, con saber y ejercer como sabio. Se alza, desde luego, a crear… A inventar, por lo menos. Y aunque es muy cierto que a la invención puede llegarse por la ciencia y a la creación sólo por el arte, todavía hay entre los inventos de Torres Quevedo alguno que pudiera calificarse de verdadera creación.
No en vano Eugenio d’Ors, en la arquitectura de un sistema de filosofía llamado Doctrina de la Inteligencia, distingue, tras de la dialéctica o estudio del instrumento intelectual, dos partes: la una, la “Patética”, estudio de la realidad pasiva, tanto la física como la espiritual; otra, la “Poética”, tratado de la realidad activa, de la poiesis, o creación, no menos la espiritual, o proyección lírica del contenido humano, que la material, donde, por la técnica, el espíritu ordena el mundo.
Las máquinas de cálculo de Torres Quevedo: su cubierta funicular; su dirigible Astra-Torres; su transbordador del Monte Ulia; su Niágara Spanish Aerocar; su famoso telekino, son obras e invenciones de mecánica admirable, que le valieron su justa reputación de sabio universal y los condignos títulos e investiduras: el doctorado honoris causa de París y de Coimbra, el ingreso en varias academias nacionales y extranjeras, la dirección del Centro de Ensayos de Aeronaútica y del Laboratorio del Automatismo.
Maravillas científicas fueron aquellas a que deben notable adelanto la navegación aérea, la marina, la telecomunicación y el cálculo mecánico y por las cuales mereció bien del mundo entero.
Más entre todos sus inventos hay uno, al parecer inútil, cosa de puro juego (ya llegamos a una expresión de arte), máquina de jugar (qué cosa inquietante) llamada el ajedrecista, de la que él mismo decía, entre otras cosas: “Un aparato que juega al ajedrez como una persona, respondiendo con absoluta precisión a todas las jugadas, y siempre se da mate. Además, galantemente, avisa las equivocaciones del adversario, con una luz, y a las tres equivocaciones que se tengan deja de jugar con uno: lo considera muy poca cosa para alternar con él.
Este aparato no tiene ninguna finalidad práctica; pero viene a sustentar mi teoría de que es posible construir un autómata cuyos actos dependan de ciertas circunstancias, más o menos numerosas, obedeciendo a reglas que se pueden imponer arbitrariamente en el momento de la construcción. Evidentemente, estas reglas deberán ser tales que basten para determinar en cualquier momento, sin incertidumbre alguna, la conducta del autómata… “La conducta del autómata”… ¿No os dan cierto escalofrío estas palabras? ¿No veis en ellas, como ya el inventor toca al creador, el sabio al poeta y el número flota misterioso sobre los números?
En todo caso, para nuestra Academia Española (como para España y para la Humanidad) la pérdida de Torres Quevedo es enorme. No hallaremos tan fácilmente hombres que, con las palabras nuevas, nos traigan al par los hechos y las cosas nuevas a que esas palabras responden.
(…)
Jorge 22:09, junio 28, 2017
A mi lo que me da pena es que un genio como Torres Quevedo tenga tan poco eco en este pais nuestro…