otros temas, mayo 31, 2017

Mentiras, malditas mentiras

Posverdad, la mentira emotiva. Ilustración de Idearte para AG.

Lo que no te mata te hace más fuerte. ¿Quién diablos (perdón, señores) es el autor de esta cita, tan repetida en todas partes, cine incluido? ¿Fue el canciller Otto von Bismarck, Friedrich Nietzsche, la sabiduría popular o una lagarterana que pasaba por allí, y un periodista de la época del telégrafo lo contó a su periódico?

Definitivamente, parece que fue Nietzsche.

El actor David Caruso, en un remake de El beso de la muerte, se lo dice a un papanatas Nicholas Cage. El vecino te lo dice, si sales de una gripe, y también tu jefe cuando se va de vacaciones. Pero lo cierto es que es mentira. ¿Eres más fuerte después de haber perdido una pierna en un accidente? ¿Lo eres cuando tu mujer te ha plantado, después de quince años de matrimonio, quedándose con la casa y el coche? Porque tú no estás muerto, pero como si lo estuvieras.

Las mentiras son de tres clases: la mentira, la calumnia y la estadística

Mentira, pues. Y sabemos que las mentiras, esta vez sí conforme a la sabiduría popular, son de tres clases: la mentira, la calumnia y la estadística. El brillante político británico Benjamin Disraeli lo dijo mejor, o más bonito: “Hay tres clases de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y la estadística”.

El ministro de propaganda de Hitler, el inefable Joseph Goebbels, decía que una mentira mil veces repetida se convierte en verdad. Lo había aprendido de un político teóricamente rival, el revolucionario Vladimir Ilich Lenin. Pero ¿de quién lo había aprendido éste? ¿O es que la frase era realmente suya?

Más que una frase, lo cierto es que es toda una tesis sociológica, que la realidad ha endosado como certera.

Una mentira, hábilmente deslizada en los medios de comunicación, puede convertirse en una hidra de mil cabezas. Bien lo supo Pablo Iglesias, el padre del socialismo español. A alguien se le ocurrió calumniarlo diciendo que por más austeridad que pregonase, se permitía el lujo de tener un abrigo de piel. Más que éxito, la calumnia hizo furor y ahí tenemos al pobre hombre, sin atreverse siquiera a llevar abrigo en el crudo invierno de los congresos europeos.

Mienta, calumnie que algo (o mucho) queda.

Ahora nos vienen con lo de posverdad, conocida también como mentira emotiva, una figura en la que los hechos objetivos quedan asfixiados por el recurso a las emociones o filiaciones o condicionamientos ideológicos. En otras palabras: una desvirtuación planificada de la verdad.

Los desvirtuadores, que son legión, parecen partir de este supuesto: la mentira, como tal, no existe desde el momento en que alguien la eleva a categoría de verdad.

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