otros temas, enero 22, 2016

MÁS VIEJO QUE EL ISLAM

MÁS VIEJO QUE EL ISLAM

El muftí No-sé-cuántos de Arabia Saudita tiene soliviantada a toda la gente del ajedrez. Según él, “el ajedrez es un juego diabólico” y, por tanto, condenable.
¿Es que esto es nuevo?
¿No recordamos a Jomeini y su condena?
¿De qué nos sorprendemos?

Mientras tanto, los petrodólares, incluso en sus horas bajas, vuelan, los futbolistas consagrados terminan, envueltos en oro, sus carreras en el Golfo Pérsico y los abiertos de ajedrez de los países árabes se cubren de gloria y oropeles, acudiendo a ellos hasta un campeón del mundo y la flor y la nata del ajedrez mundial. Pero el juego de Caissa es diabólico y condenable, oh sorpresa.

Como nos explicó en su día (nada menos que hace más de un siglo) el gran historiador y orientalista inglés H. J. R. Murray, en su monumental obra, ‘A History of Chess’, en la ley musulmana todas las acciones se inscriben en cinco clases, las peores de las cuales son las haram , o acciones prohibidas, y cuya realización debe ser castigada por la ley. Los criterios varían según las distintas escuelas, pero todas ellas están de acuerdo en que el criterio final por el que se rigen es el Corán, seguido de las evidencias de una auténtica tradición. En el Corán no se menciona el ajedrez, pero por el principio de analogía puede establecerse una relación indirecta con el mismo y muchos han considerado reveladores estos versos del Sura V.92:

Oh, verdaderos fieles, el vino y los juegos de cartas y las imágenes y las flechas adivinadoras son abominable obra de Satán y, por tanto, debéis evitarlos si queréis prosperar en la fe.

Al extender la condena de los juegos de azar (maisir) y de las imágenes (ansab) existió una clara tendencia a condenar el ajedrez y su práctica. Pero hubo muchas disensiones en el seno de los juristas e intérpretes de la Ley. El hanbalita ben Taimiya (m. en 1328), por ejemplo, estableció una sensible distinción en el sentido de que el ajedrez sólo cuando se juega por dinero es maisir (juego de azar) y, en consecuencia, condenable.
Por otra parte, tuvieron mucho peso tres tradiciones derivadas de la actitud de Mahoma respecto al ocio, una de las cuales enfatizaba en su odio por los juegos de azar. Por otro lado, es poco probable que Mahoma hubiese oído hablar del ajedrez, ya que los juristas mahometanos no han podido resolver claramente la cuestión de la legalidad o ilegalidad del ajedrez, en las propias palabras del profeta.
La primera tradición que relaciona a un califa con el ajedrez se refiere a Omar b. al-Jattab (m. en 643), padre político de Mahoma. Se cuenta que en una ocasión le preguntaron cuál era la situación legal del ajedrez. Su respuesta fue: “¿Qué es el ajedrez?”. Una vez se lo explicaron, contestó: “Eso no tiene nada de malo. Tiene que ver con la guerra.”
Se diría, en cualquier caso, que el ajedrez sobrevivió a las cíclicas y ambiguas condenas o prohibiciones de los legisladores musulmanes, puesto que en los siglos siguientes se expandió y fue practicado a todo lo largo y ancho del Islam.
Mientras que los petrodólares de Oriente Medio, incluso en sus horas bajas, vuelan y conquistan voluntades a discreción, los futbolistas consagrados terminan, envueltos en oro, sus carreras en el Golfo Pérsico y los abiertos de ajedrez de los países árabes se cubren de gloria y oropeles, acudiendo a ellos hasta un campeón del mundo y la flor y la nata del ajedrez mundial, el juego de Caissa, oh sorpresa, es diabólico y condenable.
No es sólo una cuestión del mundo árabe o islámico. Es una cuestión de ignorancia y prejuicios religiosos. La Iglesia católica también ha condenado y prohibido el ajedrez en numerosas ocasiones. Y hasta aburre recordarlo. Pero el ajedrez seguirá su camino sin mirar atrás.
Tampoco estaría de más recordar los versos de Omar Jayyam: «Dicen que los que aman el vino y los placeres / condenados están a vagar eternamente en el infierno / ¡vacío debe estar el paraíso!»

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