ajedrez, abril 8, 2013

MIJAIL TAL por AG

El ser humano

Arrogante y con gran sentido del humor, por su comportamiento asoma un complejo de nacimiento: Tal tenía sólo tres dedos en la mano derecha, que sobre todo utilizaba para sostener el cigarrillo. Cuando no fumaba, esa mano la ocultaba o la disimulaba y eso parece sugerir un complejo no superado. Algún que otro autor ha utilizado esa imagen de los ocho dedos totales para esgrimir –dudoso humor negro– teorías cabalísticas y mágicas.
La falta de esos dos dedos en la mano derecha no impidió que Tal tocase el piano, y lo hiciese razonablemente bien. Le gustaban, sobre todo, Chopin, Chakovsky y Rachmaninov. Mantenía una estrecha amistad con la famosa pianista Bella Davidovich, y cuando se encontraba disputando el Mundial con Botvinnik, le preguntó a Bella si la ‘Elegía’ de Rachmaninov formaba parte de su repertorio. Como no era así, le pidió que por favor la incluyera, porque cuando ganase el título le pediría que la interpretase en el concierto de clausura. (Por entonces, en la URSS era costumbre incorporar un pequeño concierto a la ceremonia de clausura de un gran evento social o deportivo.)
Fumador y bebedor empedernido, bohemio, enamoradizo, toda su vida fue excesiva para una salud deficiente.
Korchnoi declaró en una ocasión que «Tal había ahogado en vodka su talento.» No sólo bebía vodka. No le gustaban el vino ni la cerveza. Pero sí las bebidas fuertes: whisky, coñac, ron…
Odiaba los artilugios tecnológicos. ¿Un reloj de pulsera? «Algo que hace vibrar tu muñeca con un ruidito…» Ni siquiera se afeitaba. Su hermano era el encargado de hacerlo, cuando estaba en Riga. Fuera de su ciudad, el barbero. Sólo en la madurez adquirió una maquinilla eléctrica. Nunca tuvo billetera. Llevaba monedas y billetes en el bolsillo del pantalón. A veces se sorprendía al encontrar un billete de mucho valor, arrugado, en cualquier otro bolsillo.
Tampoco sabía hacerse el nudo de la corbata y huelga decir que sólo se la ponía cuando las circunstancias le obligaban.
Cuando ganó el título mundial, las autoridades deportivas soviéticas le regalaron un automóvil Volga, el modelo más prestigioso de la URSS. Como no tenía la menor intención de aprender a conducir, se lo regaló a su hermano.
En su vida perdió innumerables vuelos, trenes, pasaportes y documentos de todo tipo. Esas cuestiones nunca llegaron a preocuparle lo bastante como para prestarles la atención que requerían.
Simpático, apasionado, expresivo, generoso, trasnochador. Muy amigo de sus amigos y amante de la vida, en particular de las cosas que le hacían daño: tabaco, alcohol, comidas picantes y excesos de todo tipo. «Tenía talento para la amistad y sabía hacer feliz a la gente,» recuerda el GM Yuri Averbaj.
Ya en la década de los setenta, estaba prematuramente envejecido: las fotos de la época muestran a un hombre que rondaba los cuarenta con el aspecto de un sexagenario con problemas de salud. Había perdido mucho pelo, pero el que le quedaba, a ambos lados de la calva, lo dejaba crecer, lo que le daba un aspecto espectral. Todavía conservaba una intensa mirada, pero no era ya la mirada penetrante y enérgica de su juventud. Ahora era, más bien, la de un iluminado. Poco a poco, esa mirada se fue apagando y, a fines de los ochenta, Tal ofrecía una imagen lastimosa. Estaba irreconocible.
 
¿El deportista?
Ante el recuerdo que de él guardamos, las imágenes que evocamos de los setenta en adelante, es difícil imaginar a Misha Tal en camiseta y pantalón de deporte, listo para afrontar un partido del tipo que sea. Sin embargo, en sus tiempos de la Universidad, jugó al fútbol, un deporte que siempre le interesó, aunque luego, naturalmente, como espectador. Su puesto era el de portero y, según nos cuenta Sosonko, cuando éste lo visitaba en Riga y hacía buen tiempo, a menudo acababan yendo al apartamento que Tal tenía en la playa para practicar. ¿Portero? Cualquiera hubiese imaginado que alguien tan amante como él del ataque, habría preferido jugar de delantero, pero no es así: su puesto estaba en la portería, listo para atajar los chuts de los contrarios.
No practicaba ningún deporte: más bien los rehuía. Una vez más, cuenta Sosonko que, durante el Interzonal de Subotica (1987), en el que Bagirov era segundo de Tal y aquél de Alburt, al ser un torneo largo, había numerosos días libres y jornadas destinadas a la reanudación de partidas aplazadas. Asi que, casi a diario, Sosonko y Bagirov iban a nadar a una piscina, no lejos del hotel. En vano intentaban que Tal les acompañase, y para convencerlo le hablaban de los beneficios del aire libre y la naturaleza. Las réplicas de Tal eran de este orden: «¿La naturaleza? ¿No es ahí donde hay granjas con pollos y los despluman?». Tras haber agotado todos los argumentos para convencerlo, encontraron el definitivo: «Sabes, Misha, no se trata sólo de nadar, sino que en esa piscina hay aguas termales con azufre, que serían muy buenas para tu salud.» «Azufre ¿eh? Bueno, en lo que a mí respecta, el infierno puede esperar.»
 
(Del libro MIJAIL TAL, por A. Gude, La Casa del Ajedrez, pp. 29-30).
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3 comentarios

  1. Antonio Gude 13:59, abril 10, 2013

    Muchas gracias, Juan Ramón. Celebro que te haya gustado. Un abrazo.

  2. Crockett 23:14, abril 09, 2013

    Tal… Genio total y absoluto. Irrepetible.

  3. Anonymous 16:01, abril 09, 2013

    A la altura de Antonio Gude, osea genial. Me ha encantado porque había cosas que además desconocía de Misha Tahl! Gracias. Recibe un saludo. Juan Ramón Jerez