En la literatura europea del siglo XIII en adelante, el didactismo, la alegoría y la sátira eran las fuentes más reiteradas de inspiración. La religión había arraigado con gran fuerza en el Viejo Mundo y se encontraba omnipresente en baladas, poesía y obras de todo tipo. Se puso de moda proclamar la necesidad de la virtud y la condena del pecado y los malos hábitos.
Ni siquiera los dados o el ajedrez escaparon a las interpretaciones alegóricas de tipo religioso. Asi, Reinmar von Zweter explica las caras del dado desde una perspectiva cristiana: el uno significa la Unidad de Dios; el dos, los cielos y la tierra; el tres, la Santísima Trinidad; el cuatro, los Evangelios; el cinco, los cinco sentidos; el seis, la Cuaresma. Pero los dados eran, sin embargo, una invención de Satanás para inducir a los cristianos al mal hábito del juego, bajo el engaño de los símbolos religiosos que sus caras representaban.
En la Edad Media hay buen número de obras consagradas a la explicación alegórica del ajedrez, generalmente −aunque no siempre− de sesgo religioso. Otro propósito de estas obras, conocidas con el nombre genérico de Moralidades, era establecer paralelismos con rangos y clases sociales.
En cualquier caso, el ajedrez no desempeñaba en estas obras un papel protagonista, pues sus autores estaban más preocupados por difundir las ideas morales de virtud y religiosidad que el posible interés que el juego pudiera tener, es decir, que el ajedrez era utilizado al servicio de la religión y la moral religiosa.
La primera de estas obras parece haber sido un breve tratado en latín, bajo el título Quaedam moralitas de scaccario. Como en algunos manuscritos suele llevar la inscripción «Innocentium papam», ha pasado a conocerse como Moralidad Inocente, si bien hay muchas dudas acerca de la autoría. El Papa en cuestión era Inocencio III (Lotario da conti di Segni, nacido en 1163 y proclamado Papa el 8.1.1198), autor de numerosos sermones, que gozaron de gran popularidad, hasta avanzado el siglo XIII.
Otro autor importante fue John de Waleys, un fraile franciscano relacionado con Oxford y París (donde fue lector en Teología en la Sorbona, en 1262). Su obra más importante es Communiloquium sive summa collectionum, y en muchos manuscritos de esta obra se añade la citada Moralidad Inocente. No se conoce, a ciencia cierta, la fecha de la obra de Waleys, pero sin duda se produjo en el último tercio del siglo XIII.
La Moralidad Inocente también está incorporada al Destructorium vitiorum, obra atribuida al teólogo francisco Alexander de Hales (m. en 1245), compilación de muchas fuentes y obras, que adquirió su forma final en 1429. En este libro el autor incluye al ajedrez entre los juegos honestos (genus ludorum socialis honestatis), siempre y cuando las apuestas sean moderadas.
Parece que la primera alegoría al ajedrez como representación de la vida humana se encuentra en el MS de la Moralidad Inocente que el dominico Mauritius de Reval se llevó consigo de Francia a su ciudad natal (la actual Tallinn, en Estonia). En el mismo hay varias parábolas extraídas del ajedrez, como las siguientes:
Del Mundo. El mundo es como una partida de ajedrez en la que toda la familia trata de conseguir alguna ventaja temporal, mediante mentiras, engaños y usura. Por otra parte, mientras el juego dure, uno es el Rey, otro el Caballo, y así sucesivamente. Uno o dos parecen dominar la partida, pero cuándo ésta, lo mismo sucede al Rey que al soldado, por ser el más humilde de toda la familia, porque todos ellos se arrojan juntos en una bolsa, y a veces es el Rey el que se encuentra en el fondo, mientras que el más humilde se encuentra arriba. Así, el mundo es como una partida de ajedrez. Mientras la partida −es decir, el mundo− dure, uno es Rey, otro es soldado, uno es de alto rango y el otro de bajo. Pero cuando la muerte llega, todos son metidos en la misma bolsa, la tierra, y el mismo destino le aguarda al Rey como al soldado. El vasallo se sitúa en la misma posición que su Señor.
De la Penitencia. El hombre que posterga su arrepentimiento hasta la muerte se parece al jugador de ajedrez que, con poco entendimiento del juego, se dice para sí: Permitiré que mi familia sea capturada, y luego, al final, daré mate (mactabo) a mi oponente en el rincón, aun sabiendo que su oponente es un jugador diestro. Como el jugador sin destreza, así el pecador (…) pues el jugador magistral es el Diablo (…) ¿Cómo puede el pecador creer que podrá darle mate en el rincón −es decir, conquistarlo al final de su vida− cuando el Diablo sin duda lo intentaré mejor?
Del Amor a Dios. ¿A quién podrías entregar mejor tu corazón? (…) ¿No has visto cómo el jugador de ajedrez mantiene mucho tiempo en su mano la pieza que ha levantado del tablero, considerando en qué lugar ha de situarla, fuera del alcance de su enemigo? Haz lo mismo con tu corazón, y ten cuidado con no situarlo en un lugar vergonzoso y peligroso. Antes bien, entrégalo a Dios.
Las piezas en la bolsa
Don Quijote, el hidalgo de Miguel de Cervantes, trata de imbuir a su escudero de las altas virtudes democráticas de la muerte, que a todos iguala, a lo que Sancho responde con una figura retórica, muy repetida en la literatura hispánica del siglo XV:
Brava comparación −dijo Sancho−, aunque no tan nueva que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.
Ahora bien, esa figura existía ya, como auténtico leitmotiv, en los libros de moralidades, desde dos siglos antes. La idea se encuentra en los manuscritos de John Waley, o en el Renner, de Hugo von Trimberg (c. 1300). En la bolsa o en la caja, las piezas se mezclan y confunden y pierden su rango. El rey, por ser la pieza más pesada, incluso suele acabar en el fondo y las demás piezas, por tanto se encuentran encima de él, incluido el humilde peón. Baste como ejemplo, otra de las parábolas del MS de Reval:
Del Mundo. El mundo es como una partida de ajedrez en la que toda la familia trata de conseguir alguna ventaja temporal, mediante mentiras, engaños y usura. Por otra parte, mientras el juego dure, uno es el Rey, otro el Caballo, y así sucesivamente. Uno o dos parecen dominar la partida, pero cuándo ésta, lo mismo sucede al Rey que al soldado, por ser el más humilde de toda la familia, porque todos ellos se arrojan juntos en una bolsa, y a veces es el Rey el que se encuentra en el fondo, mientras que el más humilde se encuentra arriba. Así, el mundo es como una partida de ajedrez. Mientras la partida −es decir, el mundo− dure, uno es Rey, otro es soldado, uno es de alto rango y el otro de bajo. Pero cuando la muerte llega, todos son metidos en la misma bolsa, la tierra, y el mismo destino le aguarda al Rey como al soldado. El vasallo se sitúa en la misma posición que su Señor.
Tesoro de la lengua castellana, de Sebastián de Covarrubias, publicado en 1610
Contiene numerosas imágenes, similares a la de Sancho.
Un best-seller medieval
El Liber de moribus hominum et officiis nobilium, de Jacobo de Cessolis, es la obra más ambiciosa y de mayor calidad literaria de todas las moralidades.
Resulta difícil imaginar, retrospectivamente, que este libro se convirtiese en su tiempo en un auténtico best-seller. No una obra ambientada en el medievo, pero escrita en nuestra época, como El nombre de la rosa, de Umberto Eco, sino una obra medieval que, para colmo, era una reflexión moral y religiosa: un sermón.
Según Murray, a juzgar por el número de manuscritos existentes, tanto del texto original latino, como de las traducciones a casi todas las lenguas europeas, «es probable que ninguna otra obra medieval haya sido tan copiada y debe haber rivalizado en popularidad con la misma Biblia.»
En la introducción, su autor nos dice que era un fraile de la Orden de los Frailes Mendicantes, constituida en 1216, actualmente conocidos como dominicos, por el nombre de su fundador, el español Domingo Ferrón, quien tradujo la obra de Cessolis al francés, llamándolo Jaques de Cessoles, maistre en divinité. Por las referencias de la obra y su ataque a los lombardos, cuyos defectos parece conocer bien, cabe concluir que el autor era originario de Lombardía.
El libro data de la segunda mitad del siglo XIII. En su origen, era un sermón y sólo a reiterada petición de sus hermanos frailes y otros amigos, accedió Cessolis a escribirlo. Se divide en cuatro libros de tratados y, como se promete en la introducción, hay un índice con los capítulos. A lo largo de esos 24 capítulos, Cessolis recoge toda una serie de anécdotas y casos de la Biblia, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, con elocuentes consejos acerca de las obligaciones de los hombres en sus respectivas ocupaciones. Todo el estilo del sermón de Cessolis parece estar inspirado en el Polycraticus de John de Salisbury, Obispo de Chartres.
Sólo en los libros primero y cuarto dice mucho el autor acerca de la importancia histórica del ajedrez. En el primero nos cuenta sus creencias acerca del origen del juego, mientras que en el otro se ocupa de las jugadas de las piezas. En ambos afirma que las piezas y peones simbolizan diversos rangos sociales y, en función de las clases, dispone sus anécdotas y comentarios. La vitalidad de la narración y la variedad de las anécdotas la convirtieron, como ya se ha dicho, en una de las obras favoritas de la Edad Media. No obstante, está claro que esa popularidad no se debió precisamente al ajedrez, pues el cuarto libro aparece mutilado e ilegible en la mayor parte de los MSS y, de haber sido así, este libro sería el especialmente preservado.
Cessolis atribuye la invención del ajedrez a un filósofo oriental, llamado por los caldeos Jerjes o Hyerses y por los griegos Filometer, quien lo habría inventado en el reino del hijo y sucesor de Nabucodonosor, Evil-Marodach. No está claro de dónde pudo haber extraído esa leyenda. Cessolis aporta tres razones para la invención: corregir los malos modos del Rey, evitar la ociosidad y la tristeza y satisfacer el deseo natural de novedad, gracias a la infinita variedad del juego.
En los demás capítulos del segundo y tercer libros, el autor trata de la interpretación alegórica de las fuerzas ajedrecísticas. El Rey (rex) y el Caballo (miles) son típicos de sus rangos respectivos; la Dama (regina) también lo es. Como los nombres Alfil o Aufin (alphiles) y Torre (roccus) no sugieren nada especial, Cessolis los interpretó libremente, identificando a los Aufins con los jueces y a las Torres con los embajadores o representantes del Rey (vicarii seu legati regis), pintándolos como jinetes no armados.
Una notable característica de la obra es el tratamiento que Cessolis hace de los peones (populares). No los trata como un grupo o comunidad, método que utilizan todas las moralidades, sino que distingue entre los ocho peones, representando cada uno a un grupo de oficios o actividades. Los peones están clasificados así:
Peón de Torre Rey agricola (campesino, agricultor)
Peón de Caballo Rey faber (herrero)
Peón de Alfil Rey notarius, lanificius, carnifex, scriptor (notario, pastor, carnicero, escribano)
Peón de Rey mercator (comerciante)
Peón de Dama medicus (médico)
Peón de Alfil Dama tabernarius, tabularius, hospes (tabernero, tesorero, mesonero)
Peón de Caballo Dama custos civitatis (guardián de la ciudad)
Peón de Torre Dama ribaldus (novios)
En el cuarto libro se ocupa del juego práctico, aunque ni siquiera entonces deja Cessolis de moralizar. Así, describe el tablero de ajedrez como representación de Babilonia, sobre la base de que las 64 casillas representan la forma tradicional de la ciudad, con cuatro cuadrados, los bordes elevados semejan las murallas, la comunidad está dispuesta antes que la nobleza (porque los nobles no pueden hacer nada sin el pueblo) y, por último, las piezas ocupan, al inicio de la partida, la mitad del tablero, quedando la otra mitad medio vacía, con lo cual cada monarca tiene un reino y espacio para jugar. Luego se ocupa extensamente de los movimientos de las piezas. Dice que el tablero es coloreado y, como en otras obras medievales, alude a que las piezas de un jugador son negras o blancas.
Es una pena que Cessolis no hable en su libro de la popularidad que disfrutaba el ajedrez en su tiempo o, al menos, de si su práctica estaba o no confinada a las clases elevadas. El Liber de moribus…, en cualquier caso, fue muy pronto traducido a muchos idiomas y tuvo un enorme éxito como sermonario en la Europa medieval y numerosos imitadores.
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