A los quince años, Raymond Radiguet, considerado un prodigio de las letras francesas, dejó los estudios, convencido de que lo único que le interesaba era vivir.
Su padre era ilustrador, genes artísticos, y haber nacido en el suburbio de una gran ciudad, sudeste de París, sin duda imprime carácter.
También a esa edad, quince años, conoce a Jean Cocteau, quien lo acoge, educa y convierte en amante suyo. El interés de Cocteau no era puramente erótico, sino genuino: creía, sin la menor sombra de duda, en el gran talento del muchacho. Juntos fundan, poco después, la revista vanguardista Le Coq, en la que colaborarían importantes autores e intelectuales del momento.
Publica poemas y cuentos y algunos críticos lo califican de el nuevo Rimbaud.
En medio de una espiral de borracheras, comportamientos autodestructivos y peripecias sin nombre, el precoz escritor daría a luz su primera novela, Le diable au Corps, que constituyó un auténtico escándalo en la sociedad francesa de entonces, 1920. Este libro sigue estando considerado una obra maestra por parte de la crítica literaria, pero el motivo de escándalo no da para mucho a los ojos de hoy: se narra el adulterio de una joven de 18 años, cuyo marido está en el frente, con un muchacho de 16. Algo que parece contener elementos autobiográficos. Enmarcada la acción en el momento del estallido de la Gran Guerra, el escritor nos introduce de golpe en la visión de un niño del extrarradio, a orillas del Marne: «¿Qué significó para nosotros la guerra? Dos años de vacaciones.»
Sus excesos y entrega sin reservas al deseo de vivir intensamente le acarrearon muchos problemas de salud. En 1923 contrajo un tifus, que se tradujo en algunos episodios dramáticos. El 9 de diciembre de ese año diría a sus amigos: «Dentro de tres días seré fusilado por los soldados de Dios.» Palabras al aire o premonición fatal, así sería: el día 12 dejaría su amada existencia, tras haber vivido apenas veinte años y unos meses.
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