¿TIENE PERDÓN ARMSTRONG?
Finalmente, Lance Armstrong, el superciclista, ha confesado, por activa y por pasiva, que se había dopado. Un secreto a voces, y cuando ya no era necesario, porue había quedado demostrado de forma cristalina.
Ayer ha cubierto, en televisión, la penúltima etapa de su calvario, ante la famosa entrevistadora Oprah Winfrey (la última será declarar y citar nombres ante la Comisión de la UCI). Y aún amenaza con denunciar a los «poderosos» que le habrían incitado a ese ignominioso proceso de dopaje.
Armstrong no sólo es culpable de haberse dopado para conseguir sus metas deportivas (muchos otros lo hicieron y expiaron o están expiando su culpa). Lo suyo fue un dopaje cósmico, capaz de superar los análisis durante la carrera, una conspiración de envergadura, concienzudamente planificada por patrocinadores, directores de equipo y médicos especializados, para diseñar sus propias y muy sofisticadas murallas defensivas.
Armstrong no sólo engañó a la sociedad y a los millones de aficionados al ciclismo (muchos de los cuales no podremos volver a ver una etapa del Tour sin algún sentimiento vomitivo), hizo fraude a sus colegas, ganó una fortuna con sus trampas y, lo que es más importante, una gloria como pocos deportistas en la historia de la humanidad.
Por si eso fuera poco (y no se trata de hacer leña del árbol caído), al amparo de su imagen de supercampeón y de haber vencido a un cáncer, logró fabulosos contratos publicitarios y promocionó infinidad de productos, creó una fundación en la lucha contra esta penosa enfermedad, que recibe aportaciones millonarias de sus compatriotas. Cierto que es una empresa encomiable y con fines benéficos, pero que ha nacido sobre un fundamento falso: la impostura, el engaño, la burla. El fin no justifica los medios. No es lo mismo inducir a la gente a realizar aportaciones para una causa justa si quien las pide es un hombre íntegro y admirado, que si es un personaje de mala reputación quien lo hace.
El hombre que acaparó miles de portadas en todo el mundo, que ganó siete Tours consecutivos, que estaba considerado por muchos como el mejor ciclista de la historia, superior a los Anquetil, Hinault, Mercx y compañía, es reo, además, de un comportamiento canallesco. Porque durante muchos años, negó y negó, amenazó a compañeros y siguió negando.
¿Con qué cara puede Armstrong decirle hoy al mundo que todo eso era mentira, un gigantesco fraude? ¿Y aún quiere denunciar?
Me asombra leer hoy, en la prensa diaria, que personas cercanas a él dicen: «Será lo que sea, pero no es un cobarde, ni un mentiroso.»
¿No es cobardía recurrir a medios ilícitos para superar a tus competidores? ¿No es mentira lo que ha hecho Armstrong durante un decenio?
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