Confieso sentir nostalgia de los títulos melodramáticos de las antiguas películas. Algunos eran traducción fiel del original. Otros los enriquecimos aquí con la impagable aportación de las distribuidoras nacionales. Títulos como Imitación de la vida, Sombras de sospecha, Que el cielo la juzgue, Si no amaneciera, Más fuerte que la vida, Luz que agoniza, Perdición…
La primera película de una nueva técnica cinematográfica o formato que no cuajó se titulaba El hombre en las tinieblas. El cine tridimensional. En la taquilla te daban unas gafas de celuloide color café, porque sin ellas veías doble imagen. En realidad, el efecto del «cine en relieve», como lo llamaban, se limitaba a tres o cuatro secuencias de impacto. Por ejemplo: una araña que se desliza y de pronto parece que está encima de ti. O la última de la citada película, que sucede en una montaña rusa y los vagones parece que van a atropellarte a toda velocidad… Fuera de esos escasos efectos, el «cine en relieve» no era nada.
Tras esta tonta digresión, con la que pretendía justificar el título, quisiera hablar de Boris Samoilovich Vainstein (1907-1993).
«Era alguien horrible, espantoso. Me odiaba», así lo definía Mijail Botvinnik, el patriarca. Si hay que interpretar estas palabras, más allá de la posible verdad que puedan contener, podríamos traducirlas así: «era alguien horrible, porque me odiaba.» Sin embargo, tampoco el propio Botvinnik era parco en sus odios y todo aquél que no contribuía a engrandecer su figura, pasaba a la imaginaria lista negra de los indeseables.
¿Quién era Boris Vainstein?
Matemático y economista de formación, dirigía el departamento de planificación económica del Ministerio del Interior (NKVD, precedente del KGB), cuya cabeza visible era el, éste sí siniestro, Lavrentii Beria.
Vainstein admitía públicamente que no era comunista. Había que tener valor (¿o arrogancia?) en aquellos tiempos. Tal vez era cuestión de principios, una fuerte personalidad. Beria estaba muy satisfecho con la eficiencia de Vainstein, pero un día le dijo: «Usted es un buen trabajador, Boris, pero seguramente lo sería mejor si pasase un par de añitos en un campo de Siberia.» Era más sorna que amenaza real. Seguramente le insinuaba que no se podía estar a bien con Dios y con el diablo.
Parece que Botvinnik y Vainstein empezaron con mal pie.
En una partida de juventud entre ambos, se llegó a un final en el que Vainstein tenía pieza por dos peones. En un momento dado debía arbitrarse y el maestro Duz-Jotimirsky era el encargado de hacerlo. Pero se inhibió voluntariamente porque, como todo el mundo sabía, era amigo de Vainstein.
En definitiva, la partida fue declarada tablas y Vainstein se burló de Botvinnik, diciéndole: «Estoy seguro de que, si hubiésemos seguido jugando, yo acabaría perdiendo.»
Sabemos que Botvinnik era soberbio, como todos los campeones.
El verdadero encontronazo se produciría quince años después, con Vainstein presidente de la Federación Soviética (conocida entonces como Sección de Ajedrez). En propias palabras de éste, «desde 1936, Botvinnik ansiaba disputar un match con Alekhine. En 1943, en el momento crítico de la guerra, volvió sobre el tema. Vino a verme para plantear el asunto y yo le dije que ese match era imposible. Luego, Botvinnik volvió a suscitar el tema en una reunión de la Sección de Ajedrez. Yo le dije: ‘Mijail Moiseevich, yo no soy un hombre del Partido, pero usted es comunista, y ambos somos étnicamente judíos. Así que no entiendo cómo sería usted capaz de estrechar la mano de alguien manchado con la sangre de comunistas y judíos’.»
Botvinnik lo consideró un ataque frontal a su persona y, naturalmente, el principal obstáculo para su proyecto.
Al mismo tiempo, Vainstein había desarrollado una gran simpatía y admiración por Bronstein, a quien acogió durante años en su apartamento de Moscú.
Vainstein no era un jugador muy fuerte, pero tampoco vulgar. Incluso llegó a actuar de segundo de Bronstein, en los torneos de Candidatos de 1950 y 1953. Najdorf se sorprendía de ello: «¡Bronstein tiene un segundo que pierde pieza en cada partida de Blitz!». Pero Bronstein tenía en su amigo Boris alguien inteligente, sensible y comprensivo a su lado, que le apoyaba incondicionalmente. Durante un torneo, esto puede llegar a ser más importante que el respaldo puramente técnico.
La antipatía o el odio que Botvinnik y Vainstein se profesaban mutuamente era proverbial. Hasta el punto de que, antes de iniciarse, en 1951, el match por el título mundial, Botvinnik vetó a Vainstein, como posible segundo del aspirante.
En los años cuarenta (y, esporádicamente, durante un par de décadas) aparecieron en la prensa soviética artículos de ajedrez muy curiosos, firmados por un tal Fershberi (come la dama). Posiciones con desenlace combinativo, comentadas con un original tono humorístico. Vainstein era Fershberi.
Elegante, escéptico, irónico, de muy buen nivel cultural y de familia burguesa acomodada, Boris Vainstein era un caso raro en el establishment soviético.
Liquidado el estalinismo, fue depuesto de su cargo.
Murió a los 86 años. Un viejo profesor suyo dijo en el funeral: «Si Boris Samoilovich hubiese nacido en otro país, habría acabado siendo jefe de estado.»
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Antonio Gude 10:30, diciembre 04, 2011
Supongo que tienes razón, Jairo. Sin embargo, yo no puedo pensar mal de Boris Vainstein. Eran tiempos muy espinosos, en los que no tenías opción. Más bien lo veo como un tecnócrata que hacía su trabajo, y con un indudable amor por el ajedrez. Que no le abriese las puertas al match Alekhine-Botvinnik puede haber sido una lástima para el ajedrez, pero comprendo sus razones. Alekhine había protagonizado numerosas declaraciones antisoviéticas y los artículos de la ‘Pariser Zeitung’ eran una auténtica proclama antisemita.
Anonymous 15:52, diciembre 03, 2011
Para este caso, si Vainshtein fue subalterno de Beri, «Tenebroso Genio del mal», habría que concluir que «El que entre la miel anda, algo se le pega»
Jairo
Antonio MG 15:09, diciembre 03, 2011
¡Las entradas en este blog son deliciosas! Muchas gracias Antonio.