Si el rango jerárquico domina muchos ámbitos de la vida cotidiana, nadie ignora que en el ejército es cuestión sagrada.
En los años sesenta, el GM Eduard Gufeld integraba el equipo de Kiev en el Campeonato de las Fuerzas Armadas de la URSS, y no sólo eso, sino que era su capitán. En un encuentro vital para los intereses de su equipo, en uno de los tableros se llegó a la posición del diagrama.
En este momento el turno de juego era de las blancas, que conducía un general del equipo ucraniano. El general pensaba y pensaba y no se decidía por ninguna jugada. Mientras tanto, el capitán del equipo se torturaba por la indecisión de su jugador, que no veía algo tan evidente como el sacrificio del alfil en f7. El sargento Gufeld decidió entonces incurrir en conducta antideportiva, soplándole la jugada a un coronel, para que éste se la indicase, a su vez, al general. Pero ante la sugerencia, éste dijo que no tenía por qué desprenderse de un alfil tan valioso…
A medida que pasaba el tiempo, de forma dramática para los intereses de su equipo, el sargento Gufeld decidió investirse de los galones jerárquicos de capitán ajedrecístico. Se acercó al tablero del general lo bastante como para que éste pudiera oírlo, y le preguntó al coronel: «¿Cuál es el primer mandamiento del ejército?». La inmediata respuesta fue: «¡Un subordinado siempre debe acatar las órdenes del comandante en jefe!».
Las dudas del general se disiparon de inmediato, y jugó 1o Axf7+!, con la satisfacción del deber cumplido, mirando de forma altanera a su rival, pese a que aún no había entendido que a 10 … Rxf7 seguiría mate en dos (11 De6+ y 12 Dg6++), pero sí su contrincante, que se rindió en el acto.
Del libro LA FIESTA DEL AJEDREZ, A. Gude, Ediciones Tutor (2001), pp. 170-171.
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