En la obra de Julio Cortázar, escritor fetiche de un servidor, hay algunas referencias al ajedrez. Los siguientes extractos, por ejemplo, corresponden a su libro La vuelta al día en ochenta mundos, especie de calidoscopio integrado por ejercicios de estilo:
Del sentimiento de lo fantástico
«…el estudio de los llamados azares va ampliando las bandas del billar, las piezas del ajedrez, hasta ese límite personal más allá del cual sólo tendrán acceso otros poderes que los nuestros.»
De otra máquina célibe
«Metáforas que apuntan hacia esa vaga, incitante dirección: el latigazo de la triple carambola, la jugada de alfil que modifica las tensiones de todo el tablero…
«Entre los pasajeros que llenarían con la poesía de lo excepcional el libro incomparable de Raymond Roussel, no podía faltar Duchamp que debió viajar de incógnito pues jamás se habla de él, pero que sin duda jugó al ajedrez con Roussel…
«Como es lógico, la crítica seria sabe que todo esto no es posible, primero porque el Lyncée era un navío imaginario, y segundo porque Duchamp y Roussel no se conocieron nunca (Duchamp cuenta que vio una sola veza Roussel en el Café de la Régence, el del poema de César Vallejo, y que el autor de Locus Solus jugaba al ajedrez con un amigo. ‘Creo que omitió presentarme’, agrega Duchamp.) Pero hay otros para quienes esos inconvenientes físicos no desmienten una realidad más digna de fe.»
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