Ficciones y otros escritos
El ajedrez aparece en las cautivadoras ficciones de Borges, en su mayoría en forma de cuentos, tramas narrativas que han fascinado a generaciones de lectores ávidos. Borges dominaba el terreno de lo fantástico, en el que sabía encerrar y recrear como nadie sus hermosas, aunque extrañas pesadillas. En El atroz redentor Lazarus Morell, nos sitúa en el campo de operaciones de su protagonista:
El Padre de las Aguas, el Mississippi, el río más extenso del mundo, fue el digno teatro de ese incomparable canalla. (Álvarez de Pineda lo descubrió y su primer explorador fue el capitán Hernando de Soto, antiguo conquistador del Perú, que distrajo los meses de prisión del Inca Atahualpa, enseñándole el juego del ajedrez. Murió y le dieron por sepultura sus aguas.)
Como vemos, sale a relucir un tema de la mitología ajedrecística: ¿Es cierto que Hernando de Soto enseñó a Atahualpa a jugar al ajedrez? Porque también existe la versión inversa, y también existe la duda de que cualquiera de ellas sea cierta.
Borges tampoco se olvida del ajedrez en algunos de sus cuentos perfectos, como El jardín de senderos que se bifurcan:
–Asombroso destino el de Ts’ui Pen –dijo Stephen Albert–. Gobernador de su provincia natal, docto en astronomía, en astrología y en la interpretación infatigable de los libros canónicos, ajedrecista, famoso poeta y calígrafo: todo lo abandonó para componer un libro y un laberinto.
(…)
La controversia filosófica usurpa buena parte de su novela. Sé que de todos los problemas, ninguno lo inquietó y lo trabajó como el abismal problema del tiempo. Ahora bien, ése es el único problema que no figura en las páginas del Jardín. Ni siquiera usa la palabra que quiere decir tiempo. ¿Cómo se explica usted esa voluntaria omisión? Propuse varias soluciones, todas insuficientes. Las discutimos. Al fin, Stephen Albert me dijo:
–En una adivinanza cuyo tema es el ajedrez, ¿cuál es la única palabra prohibida? Reflexioné un momento y repuse:
–La palabra ajedrez.
Por su magistral libro de cuentos Ficciones (1944) le sería concedido el premio de la Sociedad Argentina de Escritores. El tiempo y los sueños son una presencia obsesiva en toda la obra de Borges (“…el tiempo es la diversa / Trama de sueños ávidos que somos /Y que el secreto Soñador dispersa”). En El milagro secreto el ajedrez se convierte en el bastidor parabólico de una pesadilla:
La noche del catorce de marzo de 1939, en un departamento de la Zeltnergasse de Praga, Jaromir Hladik, autor de la inconclusa tragedia Los enemigos, de una Vindicación de la eternidad y de un examen de las indirectas fuentes judías de Jakob Boehme, soñó con un largo ajedrez. No lo disputaban dos individuos sino dos familias ilustres; la partida había sido entablada hace muchos siglos; nadie era capaz de nombrar el olvidado premio, pero se murmuraba que era enorme y quizá infinito; las piezas y el tablero estaban en una torre secreta; Jaromir (en el sueño) era el primogénito de una de las familias hostiles; en los relojes resonaba la hora de la impostergable jugada; el soñador corría por las arenas de un desierto lluvioso y no lograba recordar las figuras ni las leyes del ajedrez. En ese punto, se despertó. Cesaron los estruendos de la lluvia y de los terribles relojes. Un ruido acompasado y unánime, cortado por algunas voces de mando, subía de la Zeltnergasse. Era el amanecer, las blindadas vanguardias del Tercer Reich entraban en Praga.
En El Congreso resume una situación existencial en apenas tres líneas:
Cuando era joven me atraían los atardeceres, los arrabales y la desdicha; ahora, las mañanas del centro y la serenidad. Ya no juego a ser Hamlet. Me he afiliado al partido conservador y a un club de ajedrez, que suelo frecuentar como espectador, a veces distraído.
There are more Things:
Recordé que mi tío, sin invocar un solo nombre propio, me había revelado sus hermosas perplejidades, allá en la Casa Colorada, cerca de Lomas. Una de las naranjas del postre fue su instrumento para iniciarme en el idealismo de Berkeley; el tablero de ajedrez le bastó para las paradojas eleáticas.
(…)
Sus controversias teológicas con mi tío habían sido un largo ajedrez, que exigía de cada jugador la colaboración del contrario.
Avelino Arredondo:
Disponía asimismo de un tablero de ajedrez en el que jugaba partidas desordenadas que no acertaban con el fin. Le faltaba una torre que solía suplir con una bala o con un vintén.
(El vintén es una moneda fraccionaria uruguaya de diez centavos.)
Etimologías, símbolos, opiniones
En Las Mil y Una Noches, donde realiza un estudio de las primeras traducciones de esta colección de cuentos árabes, “persigue” otra historia mítica del ajedrez: la famosa pieza de marfil que Harun-al-Rashid le regaló a Carlomagno.
Prosigamos con la historia y llegaremos a un curioso regalo. Posiblemente no ocurrió nunca. Se trata también de una leyenda. Harun-al-Rashid, Aarón el Ortodoxo, envía a su colega Carlomagno un elefante. Acaso era imposible enviar un elefante desde Bagdad hasta Francia, pero eso no importa. Nada nos cuesta creer en ese elefante. Ese elefante es un monstruo. Recordemos que la palabra monstruo no significa nada horrible. Lope de Vega fue llamado ‘Monstruo de la Naturaleza’ por Cervantes. Ese elefante tiene que haber sido algo muy extraño para los francos y para el rey germánico Carlomagno. (Es triste pensar que Carlomagno no pudo haber leído la Chanson de Roland, ya que hablaría algún dialecto germánico.)
Le envían un elefante y esa palabra, “elefante”, nos recuerda que Roland hace sonar el “olifán”, la trompeta de marfil que se llamó así; precisamente, porque procede del colmillo del elefante. Y ya que estamos hablando de etimologías, recordemos que la palabra española “alfil” significa “el elefante” en árabe y tiene el mismo origen que “marfil”. En piezas de ajedrez orientales yo he visto un elefante con un castillo y un hombrecito. Esa pieza no era la torre, como podría pensarse por el castillo, sino el alfil, el elefante.
En la entrevista antes citada, el entrevistador (que, lástima, no firma) le pide a Borges su interpretación del ajedrez. Respuesta:
–El ajedrez es uno de los medios que tenemos para salvar la cultura, como el latín, el estudio de las humanidades, la lectura de los clásicos, las leyes de la versificación, la ética. El ajedrez es hoy reemplazado por el fútbol, el boxeo o el tenis, que son juegos de insensatos.
—¿Qué símbolos le sugiere el ajedrez?
–El rey está destinado a ser vencido. Correspondería al matriarcado, ya que la reina es la más fuerte y la más bélica. Ahora, el alfil es raro, porque viene del árabe, que significa elefante. Tiene raíz en la palabra inglesa fil lai (=saltar). En alemán se llama Läufer (=corredor). Saltar y correr son actividades afines.
—Alfonso X el Sabio escribió sobre ajedrez en su famoso libro sobre los juegos. Allí se describe un ajedrez que se juega tirando los dados.
–La palabra azar quiere decir dado en árabe. En persa el nombre del juego da Shah-mat (el rey ha muerto), lo que equivale a jaque mate. Ahora, la palabra Shah o Shaj (se aspira la h final), que es el título actual del rey de Persia, tiene una etimología muy linda. Tenemos, al principio, Julius Caesar, Julio César, eso le da la palabra alemana Kaiser. Porque el concepto de imperio era ajeno a la mente germánica. Usted ve que en todas las lenguas germánicas, el nombre de emperador es siempre extranjero. En inglés emperor, en alemán Kaiser. Porque ellos tenían, sí, la noción de rey (en inglés antiguo mning, en el actual King; en alemán, König; en las lenguas escandinavas, con, cu). Entonces tenemos: Juius Caesar, nombre propio, que da Kaiser, como título en alemán; luego, eso llega a Rusia y da zar; y luego, en Persia, sha. Es decir, que el nombre de un individuo, Julio César, dio el título de emperador a varios pueblos.
En conversaciones con otro escritor, Marcos Ricardo Barnatán, Borges vuelve a esgrimir algunas de sus ideas, si bien aventura una curiosa hipótesis acerca de la fundación de nuestro juego:
El ajedrez nació, quizás, en la legendaria Atlántida, y muchas de sus piezas han ido cambiando de forma con el tiempo. Por ejemplo, el caballo era el caballero, y el alfil, que es una deformación de marfil, era un elefante. Es increíble cómo una cultura que se desarrollaba con juegos como el ajedrez, haya degenerado a juegos tan vulgares como el fútbol.
Inmortalidad
La obra de Borges aborda tantos aspectos y reúne tantas cualidades que resulta difícil imaginar que su aventura intelectual pueda desaparecer, al menos mientras duren los libros. Brillantes conjeturas filosóficas y ensayos (como Historidad de la eternidad, entre otras), cuentos perfectos (Hombre de la esquina rosada, El asesino desinteresado Bill Harrigan, Emma Zunz, El Aleph, tantos otros), poemas de una belleza inaudita se suman a relevantes trabajos de filólogo, como haber descifrado las metáforas de las antiguas sagas islandesas, amén de estudios sobre el lenguaje argentino, la escritura de letras para milongas y numerosas conferencias sobre los temas más dispares.
“Un hombre no muere del todo hasta que no muere el último hombre que lo conoció”, dijo en una ocasión. En su caso habría que concluir que no morirá hasta que no muera el último hombre que ha leído sus libros. Es decir, seguramente nunca, lo que le permitirá seguir leyendo y polemizando, con pleno derecho, acerca de la eternidad.
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Publicado en la revista JAQUE nº 503, 1999.
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