literatura, marzo 19, 2014

EL CIELO NADA SABE DE PROTEGIDOS (1)

Erich Maria Remarque
 (fragmento)
El anciano estaba tendido debajo de la manta, de suerte que parecía carecer de cuerpo. Tenía chupado el rostro y hundidos los ojos, los cuales conservaban todavía su color azul; por debajo de su piel, arrugada como papel de seda, se le marcaban fuertemente las venas. Ocupaba un cuarto con una estrecha cama y una mesa de noche, en la que había un tablero de ajedrez.

      Se apellidaba Richter; contaba ochenta años de edad, y llevaba veinte viviendo en el sanatorio. Al principio, había ocupado un apartamento con dos habitaciones en el primer piso; luego, ocupó una habitación con balcón en el segundo piso; más tarde, pasó a otra habitación sin balcón en el tercer piso, y en esta ocasión, en que ya se le habían acabado los medios económicos, ocupaba aquel angosto cuarto. Era el reclamo del sanatorio. Como solía hacer cuando tenía un paciente de cuidado, el ‘Dalai Lama’ le visitaba todos los días, por lo que Richter le estaba muy agradecido. Se moría y no acababa de morirse.
      Lillian estaba sentada en el borde de la cama del anciano, quien, señalando el tablero de ajedrez, le dijo:
      –¡Fíjese! Ese hombre juega mal. Con esa jugada de caballo estará jaque mate en diez jugadas. No sé qué le pasa a Régnier. Antes jugaba bien. ¿Estaba usted aquí durante la guerra?
      –No –contestó Lillian.
      –Si no recuerdo mal, él ingresó en 1944. Su llegada fue mi salvación. Anteriormente, estimada joven dama, tuve que pasarme un año jugando contra un club de ajedrez de Zurich. Aquí no había nadie que supiese jugar; por eso me aburría mortalmente.
      El ajedrez era la única pasión de Richter. De los contrincantes que había tenido en el sanatorio durante la guerra, unos se marcharon y otros murieron, quedándose él solo.
      Dos amigos de Alemania, con quienes había jugado por correspondencia, habían muerto en el frente ruso, y un tercero había sido hecho prisionero en Stalingrado. Durante unos meses, Richter no había tenido con quién jugar, por cuya razón había enflaquecido y estaba cansado de la vida. Ante aquel hecho, el médico jefe lo arregló para que jugase con socios de un club de ajedrez de Zurich; la mayoría de dichos ajedrecistas no resultaron lo suficientemente fuertes para él, y eso lo aburría  Al principio, el impaciente Richter hacía la partida por teléfono; pero, como resultaba caro, tuvo que hacerlo por correspondencia, de modo que, prácticamente, sólo podía hacer una jugada cada dos días. Con el tiempo, aquella práctica fue perdiéndose y Richter se vio reducido a seguir viejas partidas de la literatura del ajedrez.

      Luego apareció Régnier; jugó una partida con Richter, que se alegró de encontrar al fin un verdadero contrincante. Pero Régnier, francés liberado de un campo de concentración alemán, vaciló en continuar jugando al enterarse de que Richter era germano. Ni aun el ambiente del sanatorio pudo desvanecer la hostilidad nacionalista. Richter volvió a languidecer, y Régnier tuvo que empezar a guardar cama. Los dos se aburrían, mas no querían transigir. Al fin, un negro jamaicano, convertido al catolicismo, encontró la solución; también se encontraba con que tenía que guardar cama. Pero escribió dos notas por separado, una a Richter y otra a Régnier, en las que invitaba a ambos a una partida de ajedrez por teléfono. El francés y el alemán se alegraron mucho. Y, como el negro no entendía de dicho juego, encontró la siguiente solución: jugaba a la vez las negras contra Richter y las blancas contra Régnier; éste hacía en un tablero que tenía junto a la cama la primera jugada de las blancas, tras lo cual se lo comunicaba por teléfono al jamaicano, quien a su vez la pasaba a Richter y esperaba a que éste contestase con la primera de las negras para transmitírsela al otro, y así sucesivamente. En realidad, el jamaicano no tenía ningún tablero; se limitaba a transcribir las jugadas del uno y del otro, sin que los dos supiesen que estaban jugando entre ellos mismos. El truco consistía en que él jugaba aparentemente con las negras y las blancas; de lo contrario, no hubiera podido hacerlo.
      Poco antes de finalizar la guerra, el negro falleció. Entretanto, Régnier y Richter se habían empobrecido, razón por la que tuvieron que alojarse en un angosto cuarto, uno en el segundo piso, y el otro en el tercero. Con el fin de no interrumpir las partidas, y de no descubrir la muerte del jamaicano, la “Cocodrilo” continuaba aquella farsa y las enfermeras se encargaban de transmitir por escrito las jugadas, lo cual justificaban diciéndole a los dos contrincantes que el negro padecía tuberculosis en la laringe muy avanzada y no podía hablar.

      Todo marchó bien hasta que Régnier pudo levantarse de la cama y se dispuso a visitar al negro, con lo que se descubrió la farsa.

      Mientras, los sentimientos nacionales se habían aplacado un poco; tras enterarse Régnier de que los familiares de Richter habían muerto durante los bombardeos sobre Alemania, concertó la paz y los dos continuaron jugando en armonía. Con el tiempo, Régnier tuvo que volver a guardar cama y como los dos no disponían de teléfono, se servían de algunos pacientes para los efectos de transmisión de jugadas; entre ellos estaba Lillian, cuando hacía tres semanas que Régnier había fallecido. Por aquel tiempo, Richter se había debilitado tnato que se esperaba de un momento a otro su muerte, y nadie quería anunciarle el fallecimiento de Régnier. Y, para ocultárselo, la “Cocodrilo” había pasado a ser su contrincante, pues, mientras, había aprendido algo de dicho juego, aunque resultaba un débil enemigo para Richter, quien cada vez se sorprendía más de que Régnier se hubiese vuelto de pronto un jugador tan malo.

(…)
(Continuará)

           .

2 comentarios

  1. Silvino García 13:38, agosto 28, 2019

    Una situación extrema de abandono acompañado de los efectos de una de las guerras más terribles que ha padecido la humanidad que potenció a su máxima expresión todas las miserias humanas.Que el Ajedrez sirviera de aliciente para seguir palpitando es uno de esos milagrosos atributos que poco se menciona en nuestros días. He escuchado diferentes hechos semejantes en los que el Ajedrez se convierte en objeto de comunicación que alimenta el alma de seres sufridos.A pesar del sufrimiento que esta historia entraña constituye una joya de lo que pudiéramos llamar la poesía de la existencia y es que el sentir humano es de tal naturaleza que muy a menudo sin alguien en particular se lo proponga, escenifica para quienes lo contemplan ese milagro poético que nos convence de la importancia de vivir. Vale la pena leer lo que me acaban de hacer llegar cuando a Einstein le preguntaban si creía en Dios y él respondía que si que creía
    en el Dios de Spinoza.

  2. Anonymous 08:34, junio 10, 2014

    Gude, tu comentario previo a la exposición del fragmento del libro «El cielo nada sabe de protegidos», es tan bueno que engancha a seguir leyendo ese fragmento. Es más engancha a leer el libro, o induce a una segunda lectura del mismo. Ese fragmento también invita a lamentar a quienes no han seguido el duro y estimulante camino del ajedrez,. aliciente y medicina curadora de almas vivas en cuerpos ya casi etéreos. Es decir, a punto de lanzar a los vivos los adioses en el final de la vida. Pero mientras el juego existe entre los dos contrincantes, ellos alargan su vida. El ajedrez imterpreta el papel del mejor médico.

    Ip