EL HOMBRE CENICIENTA
El día de San Antonio de Padua, todas las iglesias católicas de Nueva Jersey estaban atestadas de irlandeses, pero no para honrar al venerado santo italiano. Estaban allí para elevar sus plegarias a Dios, suplicándole que amparase a su vecino, amigo e ídolo, Jimmy. (Y los más audaces, seguramente para pedirle que le permitiese vencer.)
Tras cinco años de miseria y sufrimiento, James Braddock debía enfrentarse a Max Baer en el Madison Square Garden, con el campeonato mundial de boxeo en juego. La lesión en una mano le había retirado de la escena y la gran depresión le había retirado de las filas de los seres dignos.
En esos cinco años, trabajó de cargador en el puerto y en todo tipo de trabajos eventuales, al principio incluso con el vendaje de su mano herida enmascarado en pintura, a fin de poder conseguir un mal jornal con que engañar a la miseria.
Pese a la adversidad, nunca robó («la vida es dura, sí, pero nosotros no robamos», le dijo a su hijo, y añadió: «nunca«). Pero sí se vio obligado a pedir limosna. Fue una sola vez, en la que se dejó caer por el Garden, suplicando a los conocidos unos dólares que le permitiesen pagar la factura del gas, y recuperar así a sus hijos, confiados provisionalmente a unos familiares para preservarlos del frío.
Braddock, apodado Cinderella Man (el hombre cenicienta), sólo había disputado dos combates en lo que debía ser un regreso efímero al ring. Las apuestas… En realidad, no había apuestas acerca del desenlace. Sólo acerca de la duración del combate. Nadie, en otras palabras, daba un duro por el irlandés. Muchos opinaban que la bestia Baer podía matarlo (ya lo había hecho antes con dos púgiles, por cierto en forma).
Para llegar a ese combate decisivo, le favorecieron varias circunstancias. Entre ellas, una avasalladora fuerza de voluntad y el insoportable dolor de ver a sus hijos consumidos por el hambre. Pero ¿puede llamarse circunstancia a la miseria, al hecho mismo de estar instalado en la miseria?
En un combate interminable, asestando y recibiendo golpes por doquier, con los que él y el campeón se machacaron hasta la extenuación, Braddock venció, a los puntos y por decisión unánime de los jueces, a Baer, arrebatándole el título mundial de los pesos pesados. Era el 13 de junio de 1935.
Al año siguiente caería ante el mítico Joe Louis, tras haberlo tumbado en el primer asalto. Louis dijo que era el hombre más valiente con que jamás había boxeado.
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Anonymous 11:00, septiembre 25, 2012
Estoy de acuerdo Armando. En su época, los expertos en boxeo que vieron aquellas películas de Rocky, decían que en realidad, no boxeaba. Aunque se le parecía. La excepción fue la última de la serie, la de 2006, Rocky Balboa. En la que sí hubo boxeo real.
Antonio Miguel.
Anonymous 05:53, septiembre 24, 2012
Si el pragmatismo es sinónimo de decadencia, quizás no sea la única disciplina deportiva que está en declive: que te machaquen el hígado hoy, significa andar muy mermado mañana y es por ello por lo que los púgiles prefieren preservarse más a tener que colgar los guantes demasiado pronto. Por otro lado, Rocky Balboa no es un personaje real por mucha verosimilitud que se le ponga y la puesta en escena es producto hollywoodiense a diferencia del otro e invicto Rocky Marciano que también marcó una época gloriosa como después lo haría Muhammad Alí. En relación a Jim Braddock, la fortuna, tan esquiva en los primeros tiempos de la Gran Depresión lo ayudó en el momento crucial en el que se alzó con el título de campeón: Max Baer – quien no era tan brutal y asesino como lo pintan en la película – lo subestimó y luego no pudo reponerse; respecto al filme, comentar que Ron Howard le dio su propia impronta, maquinea y moralista y así aparecen no sólo un campeón con hechuras de criminal sino un sindicalista jugador y bebedor cuyo fin – como ha de ser el de la rebeldía y la lucha contra un sistema tiránico – ha de ser la muerte. Saludos. Armando.
Anonymous 18:31, septiembre 21, 2012
Esa era una época gloriosa para el boxeo. Deporte que ha decaido mucho. Y una de las razones es por el hecho de que en la actualidad, pocos están dispuestos a que les machaquen el rostro, o el hígado.
Como demuestra ese combate. Sí el tamaño del boxeador es parecido, la voluntad suele triunfar sobre la técnica. Por lo menos eso me parece, viendo las películas, como Rocky.
Antonio Miguel.