Fragmento del libro EL MAGO DE RIGA, por A. Gude, que publicará en breve la Editorial La Casa del Ajedrez.
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También Bronstein, con su característica ironía, dijo: «¿Quiere saber cómo juega Tal? Sitúa todas sus piezas en el centro y después las sacrifica en cualquier sitio.»
¿Poderosa capacidad especulativa? Sí. ¿Complicaciones tácticas a pasto? Sí. ¿Juego azaroso? Quizá. Pero se movía como nadie en ese terreno pantanoso. Sus rivales eran incapaces de dominar todas las variantes y bifurcaciones propuestas, extraviándose en una jungla de posibilidades. Si alguna vez perdía, el joven Tal sabía recuperar pronto el terreno cedido, ganando partidas en serie.
A trancas y barrancas, poniéndose a su salud por montera, Tal exhibe a los cuatro vientos su imaginación, su fantasía, su talento y sus combinaciones deslumbrantes. Juega en olimpiadas y cautiva al público ajedrecista. «¡Tal es Tal!», dicen sus colegas cuando no entienden una jugada, o una secuencia de jugadas.
Se le ha reprochado, a veces, ser demasiado consciente de su brillantez personal, como si cultivara su propio personaje. Tenía algo que decir al respecto:
«¿Es emocionante la defensa? ¡Por supuesto! Pero ¿es más difícil el ataque? Personalmente, prefiero el ataque. Me gusta tomar la iniciativa y no dar al contrario un momento de respiro, y tampoco quiero ocultar el hecho de que me satisface escuchar la reacción de los espectadores ante un sacrificio de pieza o peón. Estimo que no hay nada censurable en tal sentimiento. Ningún artista o músico es indiferente a las reacciones del público.» O también: «Un jugador de ajedrez es primordialmente un actor. Se sienta en el escenario preguntándose qué jugada le va a agradar más al público.»
En Wijk aan Zee pude verlo en acción en varias ocasiones. En la edición de 1973 quería presenciar la partida Tal-Vasiukov, pero cuando llegué a la sala de juego, la mesa ya estaba vacía: tablas en pocas jugadas. Sin embargo, pude localizar a ambos analizando en una dependencia contigua, ante varias decenas de espectadores. Eso era posible entonces y era evidente que Tal no era insensible a la admiración que despertaba. Lo que más me sorprendió fue que, de repente, la posición cambiaba bruscamente, como si se hubiesen realizado varias jugadas de golpe. Y así era. Ambos hablaban y, por lo que se ve, uno de ellos disponía las piezas despueés de una secuencia de cuatro o cinco jugadas que ambos consideraban obligadas, sin reproducir éstas en el tablero. ¿Tal vez querían impresionar a los espectadores? ¿Era eso normal? A veces, Tal exclamaba: «Mamma mia!» y el cigarrillo Kent no faltaba de su mano derecha.
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¿Por qué jugaba como jugaba y por qué tenía éxito?, se preguntaba Sosonko y se lo preguntó a Korchnoi, quien le respondió: «Bueno, supongo que ya lo sabes, ¿no? En una ocasión, cenaba con él en un restaurante y me dijo: ‘Si quieres, haré que, sólo con mirarle, el camarero acuda a nuestra mesa’.» Korchnoi alude, de nuevo, a la teoría mesmérica, el hipnotismo. Algo extraño en alguien como él, de formación casi científica (Licenciatura en Historia). Los camareros están entrenados para entender las miradas de los clientes, sobre todo si tales miradas son fuertes y penetrantes.
El ser humano
Arrogante y con gran sentido del humor, por su comportamiento asoma un complejo de nacimiento. Tal tenía sólo tres dedos en la mano derecha, que sobre todo utilizaba para sostener el cigarrillo. Cuando no fumaba, esa mano la ocultaba o la disimulaba y eso parece sugerir un complejo no superado. Algún que otro autor ha utilizado esa imagen de los ocho dedos totales para esgrimir –dudoso humor negro– teorías cabalísticas y mágicas.
La falta de esos dos dedos en la mano derecha no impidió que Tal tocase el piano, y lo hiciese razonablemente bien. Le gustaban, sobre todo, Chopin, Chaikovsky y Rachmaninov. Mantenía una estrecha amistad con la famosa pianista Bela Davidovich, y cuando se encontraba disputando el Mundial con Botvinnik, le preguntó a Bela si la Elegía de Rachmaninov formaba parte de su repertorio. Como no era así, le pidió que por favor la incluyera, porque cuando ganase el título, le pediría que la interpretase en el concierto de clausura.
Fumador y bebedor empedernido, bohemio, enamoradizo, toda su vida fue excesiva para una salud deficiente.
Korchnoi declaró en una ocasión que «Tal había ahogado en vodka su talento». No sólo bebía vodka. No le gustaban el vino ni la cerveza. Pero sí las bebidas fuertes: whisky, coñac, ron…
Odiaba los artilugios tecnológicos. ¿Un reloj de pulsera? «Algo que hace vibrar tu muñeca con un ruidito…» Ni siquiera se afeitaba. Su hermano era el encargado de hacerlo, cuando estaba en Riga. Fuera de su ciudad, el barbero. Sólo en la madurez adquirió una maquinilla eléctrica. Nunca tuvo billetera. Llevaba monedas y billetes en los bolsillos del pantalón. A veces se sorprendía al encontrar un billete de mucho valor arrugado, en cualquier otro bolsillo.
Tampoco sabía hacerse el nudo de la corbata y huelga decir que sólo se la ponía cuando las circunstancias le obligaban.
Cuando ganó el título mundial, las autoridades deportivas soviéticas le regalaron un automóvil Volga, el modelo más prestigioso de la URSS. Como no tenía la menor intención de aprender a conducir, se lo regaló a su hermano.
En su vida perdió innumerables vuelos, trenes, pasaportes y documentos de todo tipo. Esas cuestiones nunca llegaron a preocuparle lo bastante como para prestarles la atención que requerían.
Simpático, apasionado, expresivo, generoso, trasnochador. Muy amigo de sus amigos y amante de la vida, en particular de las cosas que le hacían daño: tabaco, alcohol, comidas picantes y excesos de todo tipo. «Tenía talento para la amistad y sabía hacer feliz a la gente», recuerda el GM Yuri Averbaj.
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No practicaba ningún deporte, más bien los rehuía. Una vez más, cuenta Sosonko que, durante el Interzonal de Subotica (1987), en el que Bagirov era segundo de Tal y aquél de Alburt, al ser un torneo largo, había numerosos días libres y jornadas destinadas a la reanudación de partidas aplazadas. Así que, casi a diario, Sosonko y Bagirov iban a nadar a una piscina, no lejos del hotel. En vano intentaban que Tal les acompañase, y para convencerlo le hablaban de los beneficios del aire libre y la naturaleza. Las réplicas de Tal eran de este orden: «¿La naturaleza? ¿No es ahí donde hay granjas de pollos y los despluman?». Tras haber agotado todos los argumentos para convencerlo, encontraron el definitivo: «Sabes, Misha, no se trata sólo de nadar, sino que en esa piscina hay aguas termales de azufre, que serían muy buenas para tu salud.» «Azufre ¿eh? Bueno, en lo que a mí respecta, el infierno puede esperar.»
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Sosonko nos recuerda: «Todo su aspecto, especialmente en su juventud, irradiaba una especie de aura.»
El veteranísimo Samuel Reshevsky pronunció una frase memorable: «Sólo hay un Mijail Tal en el mundo.» Sentencia vigente, además de certera, pues precisamente por el carácter único de su ajedrez y de su personalidad, Tal pervive entre nosotros.
Mijail Nejemevich Tal. Riga, 9.11.1936 – Moscú, 28.6.1992.
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A. Gude 13:20, enero 05, 2011
Una forma amable de decirlo, porque eran verdaderos adictos… Aunque muchos quisiéramos haber aportado a la historia del ajedrez la centésima parte que ellos, abstemios o no. Saludos.
Antonio Ríos 22:03, enero 04, 2011
Tal y Alekhine, dos genios condenados por sus habituales flirteos con el alcohol y el tabaco!!