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Jorge Luis Borges confesó en una entrevista que era mal jugador de ajedrez (mejor jugaba su padre), pero eso no resta importancia al hecho de que en numerosos cuentos, poemas y escritos aparece el ajedrez bajo distintas formas, aportando imagen a sus magistrales construcciones literarias.
Vladimir Nabokov no sólo era aficionado al ajedrez, sino un excelente problemista que introdujo numerosas referencias al juego rey en su obra. Por ejemplo, en Fuego pálido, y, sobre todo, en La dádiva. Pero fundamentalmente le consagró su primera novela, La Defensa Luzhin, claramente inspirada en el personaje de Alekhine.
Entre los escritores modernos, del norteamericano James Jones (autor del best seller sobre el que se inspiró la película De aquí a la eternidad) se dice que estudiaba teoría a diario. También el polaco Witold Gombrowicz, que vivió muchos años en Argentina, jugaba ajedrez todos los días en un café bonaerense. Paolo Maurentsig, autor de La Variante Lüneburg, exhibe un apreciable conocimiento del juego, aunque algunas de sus referencias sean inexactas. Lo mismo puede decirse del mejicano Ignacio Padilla, que ganó en 2000 el Premio de Primavera, con la excelente novela Amphitryon, dominada de cabo a rabo por una trama ajedrecística con suspense histórico.
La lista de grandes músicos aficionados al ajedrez es, de por sí, interminable: los compositores Sergei Prokofiev, Ferenc Erkel, Maurice Ravel y Tomás Breton, los violinistas David Oistraj y Yehudi Menuhin, el guitarrista Andrés Segovia, cantantes famosos como Paul Robeson y Charles Aznavour, y también el batería de jazz Gene Krupa. No hay que olvidar que el mismo Philidor, uno de los primeros grandes nombres del juego, fue compositor. Dicen, aunque no hay evidencias, que Beethoven y Chopin jugaban. El violoncelista de origen ruso Gregor Piatigorsky financió los famosos torneos internacionales de Los Angeles (1963) y Santa Mónica (1966). También declara públicamente su adicción el compositor y violoncelista Rostropovich, quizá la mayor leyenda viva de la música. Por último, el polaco Tadeusz Wronski no sólo compone música, sino también problemas de ajedrez.
Es curioso que del cineasta Stanley Kubrick, del que consta que jugó mucho al ajedrez y que incluso se ganó algunos dólares en sus horas bajas, disputando Blitz en el Central Park y diversos tugurios, no se conozcan partidas, ni siquiera entre él y Nabokov, otro fiestero, ya que ciertamente debe haber habido luchas en el tablero de estos dos monstruos durante el rodaje de Lolita, pues Nabokov realizó el guión sobre su propia novela..
Kubrick no es el único entre los directores de cine. Roberto Rossellini era aficionado a jugar en los descansos del rodaje. También es conocida la rivalidad entre Sergei Bondarchuk y Roger Vadim.
Si hablamos de gente del cine, el caso más notorio es el de Humphrey Bogart, que parece un aficionado empedernido. Entre los actores, también jugaban a menudo José Ferrer, Belinda Lee, César Romero, Walter Pidgeon, Charles Coburn, Douglas Fairbanks, Charles Boyer, Fritz Feld, Yves Montand, Simone Signoret, Anthony Quinn, Shirley Booth y Nikolai Cherkasov. Hay fotos del malogrado James Dean (que con sólo tres películas es uno de los mitos más consistentes del séptimo arte), analizando posiciones en un tablero de bolsillo.
El caso de Henry Thomas Buckle (1821-1862) es notorio, por ser éste, además de historiador, uno de los mejores jugadores británicos de su época. Su Historia de la civilización es una obra monumental, que se publicó a título póstumo. ¿Debemos considerarlo un historiador que jugaba al ajedrez o un jugador de ajedrez que, además, realizaba investigaciones históricas? También era ajedrecista el polaco Joachim Lelewel.
Entre los artistas plásticos, el número uno es Marcel Duchamp, que por más que escandalizase con su inodoro en un concurso de arte moderno y sus ready made no deja de ser uno de los grandes creadores del siglo XX. Su amigo y compañero surrealista Max Ernst también era un gran aficionado.
Seguramente se nos han olvidado algunos famosos (de verdad, no de la prensa rosa), pero nuestra memoria es limitada. Algún día los rescataremos del olvido y los traeremos a la fiesta.
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Del libro LA FIESTA DEL AJEDREZ, A. Gude, Ediciones Tutor (2001), pp. 116-117.
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