otros temas, mayo 15, 2012

Julian BARNES vs Arthur KOESTLER

BARNES vs KOESTLER
En el verano de 1982 Julian Barnes pasó unos días con Arthur Koestler en la granja que este poseía en la campiña inglesa. Durante esa visita los dos escritores jugaron un match a cinco partidas. Era el último año de vida de Koestler y su esposa Cynthia.
Barnes menciona la decadencia física de Koestler, aquejado de un Parkinson. Recuerda que su admirado Koestler (autor, entre otras obras, de El cero y el infinito y La tribu nº 13) es «alguien que, al fin y al cabo, presenció como cronista el match de Reykjavik entre Fischer y Spassky.»
Siguen unos fragmentos del artículo:
«No jugamos en un tablero, sino en un curioso tapete de caucho. Tal vez estuviera originalmente imantado, y es posible que en tiempos remotos las piezas se sostuvieran de manera firme en las casillas; pero, suponiendo que fuese así, hace mucho tiempo que el magnetismo se ha gastado (…). La superficie se hunde y se balancea como un ondulante pastizal: los alfiles parecen más amenazadores que de costumbre, con unos veinte grados de inclinación respecto a la vertical.
(…)
«Comenzamos de forma cautelosa: ninguno de los dos ha jugado ni una sola partida últimamente. Muy a menudo me veo interrumpido por una idea obvia que, sin embargo, me distrae: ¡Estoy jugando al ajedrez con Arthur Koestler! (…) Pero no es fácil librarse de la timidez, cuando se está jugando con alguien a quien se ha admirado durante muchos años, alguien cuya obra te habla con lúcida claridad en los años de tu formación intelectual.
(…)
Al igual que les ocurre a muchos jugadores corrientes, siento un pánico visceral ante los caballos del contrincante. Los alfiles, las damas y las torres se mueven de forma directa y franca, nada engañosa; mientras que los caballos (sobre todo los del contrincante) son furtivos y traicioneros. Resulta virtualmente imposible predecir sus movimientos con más de dos jugadas de antelación. (…) Cuando analizo la posición (…) comprendo que cuando me coma la torre podré comerle el caballo, y volveremos a estar equilibrados en cuanto a fuerzas. Nos quedará por delante un prolongado y sombrío forcejeo, reflexiono, detestándome a mí mismo, mientras desplazo el rey a la casilla contigua: momento en el cual, en lugar de tomarme la torre, ¡bang! Arthur consigue darme un elegante mate con dos alfiles y el caballo. Uff. A uno le cuesta creer que, cuando menos, le permitan ver cuál va a ser la causa de su muerte inminente. 1-0.
(…)
La segunda partida dura más que la primer, una hora y tres cuartos, aproximadamente. Llevo las blancas y salgo con el fiancheto de rey (…). Su principal ventaja consiste en que suele dar paso a un ajedrez abierto, de ataque. Odio y temo esas partidas atascadas. (…) Me recuerdo a mí mismo que Bent Larsen (…) suele utilizar como apertura el alfil en fiancheto. Cuando juego b3 y luego Ab2, sueño con un par de alfiles en diagonales vecinas, apuntando con sus ballestas al corazón mismo de la red defensiva de las negras. Pero parece que no juego al ajedrez como Bent Larsen. Un montón de clavadas y semiclavadas me impiden realizar limpiamente las osadas maniobras que yo había imaginado. Mis amenazas diagonales no dan ningún resultado. Otra derrota. 2-0.
(…)
Ha llegado la última partida del encuentro (Barnes ganó la tercera y la cuarta), la decisiva. Yo tengo treinta y seis años y disfruto de muy buena salud. Él tiene sesenta y siete y está muy enfermo. Estamos 2-2. Tal vez Arthur no vuelva nunca más a jugar al ajedrez. Quizá yo debiera perder, quizá debiera cometer una metedura de pata voluntaria. Como todo jugador de ajedrez, Arthur disfruta cuando gana y detesta perder: es evidente que, por gratitud hacia su obra, por puro cariño, debería perder la última partida.
Al cabo sólo de un par de movimientos, es clase de ideas me parecen puro paternalismo injustificado y fuera de lugar. ¿Acaso algún jugador de ajedrez se ha dejado vencer alguna vez? El ajedrez es un juego de agresividad cortés (y por ello muy adecuado para el carácter de Arthur), pero la cortesía y su reglamentación no hacen sino subrayar la agresividad. (…) Pierdo la torre y un peón por su torre y, aunque sigo disponiendo de un alfil frente a su caballo, me lleva tres peones de ventaja. Ya no puedo hacer nada. Abandono. 3-2. (…) Después, a pesar del resultado, no me siento deprimido: ha sido una partida fluctuante, violenta, excéntrica, en la que los dos teníamos posibilidades y yo he jugado tan bien como he sabido. La victoria de arthur hace que, teniendo en cuenta las circunstancias, sienta por él una generosa admiración. (…) Durante la cena, cambia de conversación para comentar con melancolía:
ARTHUR KOESTLER
‘Naturalmente, hoy en día rindo un cincuenta por ciento de lo que rendía en tiempos jugando al ajedrez’.»
Por sus comentarios, se desprende que Barnes es un flojo aficionado. Sin embargo, tengo entendido que Koestler era un fuerte jugador en su plenitud.
A la pregunta que Barnes se hace (¿Acaso algún jugador de ajedrez se ha dejado vencer alguna vez?), yo respondería que no.
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2 comentarios

  1. Antonio Gude 10:06, mayo 16, 2012

    Una vez más, agradezco mucho tus aportaciones, Jairo. En particular la relativa a Koestler, autor que respeto mucho, no sólo por su calidad literaria, sino por su trayectoria vital. Saludos.

  2. Anonymous 20:40, mayo 15, 2012

    Arthur Koestler
    (Budapest, 1905 – Londres, 1983) Novelista y ensayista en lengua inglesa de origen húngaro. En 1926 dejó Hungría y se marchó a un kibbutz en Palestina. Fue dibujante de arquitectura en Haifa, vendedor en un bazar y periodista en El Cairo. Se adhirió al Partido Comunista en 1932 y en 1937 pasó tres meses en las prisiones franquistas, experiencia que describió en Testamento español (1937). Ya desde el comienzo de la Guerra Civil española había roto definitivamente con el Partido Comunista y se convirtió en un activo opositor al régimen soviético. En su obra más conocida, El cero y el infinito, reflejó, a través de la experiencia de su personaje Roubachof, los mecanismos de los procesos y purgas de Moscú y los métodos empleados para las autoinculpaciones de los propios revolucionarios. El relato es un análisis de la compleja psicología de aquellos hombres, apresados entre valores humanistas y metafísicos, y en la implacable máquina de exterminio en nombre de la Historia. Esta obra, escrita en 1940, lo consagró como novelista político.
    Uno de nuestros mejores vates, León DeGreiff, escribió: Relato de Sergio Stepansky
    “Juego mi vida, cambio mi vida,
    De todos modos la llevo perdida.
    La cambio o la juego contra el cero o el infinito…”

    Julián Patrick Barnes nació en Leicester, Inglaterra, el 19 de enero de 1946. Tras estudiar en el Instituto Ciudad de Londres y en la Universidad de Oxford (en Magdalen College), fue lexicógrafo para el diccionario Oxford. Ejerció luego de periodista, colaborando con medios como el New Stateman, el Sunday Times, The Observer y el New Yorker, ya fuera como articulista, columnista o crítico de televisión. Es autor de varias novelas, compendios de relatos, libros de ensayo e incluso libros de cocina. También es traductor, habiendo traducido del francés y del alemán a autores como Alphonse Daudet y Volker Kriegel. Se casó con su agente literaria, Pat Kavanagh, que falleció en octubre de 2008. Ha sido galardonado con múltiples premios, entre los que destacan el premio E.M. Forster de la Academy Estadounidense de Artes y Letras, el William Shakespeare de la Fundación FvS de Hamburgo, el Médicis francés (fue el primer británico en obtenerlo, siendo además Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia) y fue nominado en tres ocasiones al Premio Booker hasta hacerse con el mismo en 2011 por su libro “The sense of an ending”, todavía inédito en castellano.(J)