ajedrez, mayo 26, 2012

MORPHY: biografía por SERGEANT (y 3)

BIOGRAFÍA (continuación)
     A comienzos de la primavera de 1859, el cuñado de Morphy, Sybrandt, llegó a París y es probable que le llevase algún mensaje de su familia, urgiéndole a regresar a Nueva Orleáns. Una vez abandonada toda idea de viajar a Alemania, a pesar de invitaciones de Berlín, Breslau, Leipzig, etc., Morphy se dispuso a partir. Sus amigos franceses no le dejaron irse sin una serie de actos en su honor, que culminaron en un banquete organizado por los asiduos de la Régence. En principio, habían pensado en un torneo masivo, de cien jugadores, dividido en cinco secciones, cuyos vencedores se enfrentarían a Morphy en la fase final, todos ellos recibiendo ventaja del campeón. A esto seguiría el banquete, en el que se desvelaría el busto de mármol del campeón, esculpido por Eugène Lequesne. Pero como no había tiempo para el torneo, el banquete tuvo lugar el 4 de abril, durante el cual se descubrió el busto, sobre el cual Saint-Amant depositó una corona de laurel.
     El 6 de abril Morphy salió para Londres, acompañado por Sybrandt y Arnous de Rivière. El 10 de nuevo se encontraba en Londres, donde permanecería el resto del mes. Löwenthal, escribiendo en el Illustrated  News of the World, describe su segunda visita a Londres como “una serie de ovaciones, en las que el ajedrez fue un mero accesorio a cumplidos personales, aunque bien merecidos.” El 13 de abril fue invitado por el London Chess Club a dar una exhibición a la ciega, en la que no estuvo a su mejor nivel. Una semana después dio otra exhibición, ésta con mayor éxito, en el St. George’s, seguida de un banquete, presidido por Lord Cremorne. El 26 de abril jugó en el nuevo Club St. James’s, del que Löwenthal era secretario, en una simultánea contra cinco de los más fuertes jugadores de Londres, pero no a la ciega. Este tipo de exhibición era una novedad por entonces y fue propuesta por Löwenthal. Morphy llevó a cabo una de las mejores actuaciones de su carrera, aunque perdió una partida ante Barnes. Los demás jugadores eran Boden, Bird, de Rivière y el propio Löwenthal, nombres que por sí solos bastan para hacernos una idea de la tarea que acometía Morphy. Casi todos los aficionados conocidos de Londres presenciaron la exhibición.
     Morphy recibió muchas otras invitaciones, pero no aceptaría ninguna más. Pasó gran parte de su tiempo con Löwenthal, trabajando en la preparación del libro que debía aparecer al año siguiente. El resto del tiempo lo llenó con algunas partidas amistosas. Por fin, el 30 de abril, declinando la invitación de aparecer en Manchester, dejó Liverpool en el vapor Persia, destino Nueva York.
     Parece innecesario insistir en la brillantez de los resultados de Morphy durante su primera estancia en Europa. Hay listas de cifras que pretenden dar una estadística completa de sus resultados, pero, excepto en el caso de las partidas de matches y exhibiciones, resulta imposible garantizar su corrección. Morphy debe haber jugado muchas más partidas amistosas de las que aparecen en esas listas. Las luchas contra los jugadores destacados, sin embargo, es probable que fueron registradas correctamente, sobre todo en el caso de las derrotas de Morphy. En conjunto, en Inglaterra parece haber perdido siete partidas, en términos de igualdad, contra Barnes, por diecinueve victorias y unas tablas; otra con Boden, por seis ganadas y cuatro tablas; una con Owen, por cuatro ganadas y dos tablas. Contra Löwenthal, además de su match de 1858, jugó tres partidas en abril de 1859, ganando una, perdiendo otra y tablas en la restante. Contra el bohemio Löwe, “el viejo Löwe” (1794-1880) de Simpson’s, ganó seis partidas, ninguna de las cuales fue registrada. Las dos partidas que Deacon afirma haber jugado con él (una ganada por cada uno), el propio Morphy lo desmintió. En París Morphy no perdió, fuera de sus matches, ninguna partida, en igualdad de condiciones, salvo una ante Anderssen y otra ante Harrwitz. Sus partidas con ventaja en Inglaterra fueron escasas, pero en París su registro de partidas con ventaja se cifra en sesenta y cinco victorias, dieciocho derrotas y ocho tablas.
     El 11 de mayo Morphy llegó a Nueva York. Lichtenhein y D. W. Fiske subieron al Persia para saludarlo. Esa misma noche se le dio un banquete de bienvenida en el Metropolitan Hotel, después de lo cual jugó con Perrin, el secretario de Nueva York, con caballo de ventaja. Esto es muy significativo, porque muestra su intención, a la que se atuvo con firmeza, de no volver a jugar con ninguno de sus compatriotas con menor ventaja. Permaneció en Nueva York una semana, y el 25 de mayo se le dio oficialmente la bienvenida, ante una nutrida asamblea, en la capilla de la Universidad, donde fue obsequiado con un tablero, cuyas casillas eran de madreperla y ébano y un juego de piezas de oro y plata, representando el oro las fuerzas de la civilización y la plata las de la barbarie. Las piezas costaron 1.500 dólares y el tablero 200. También se le obsequió con un reloj de oro, en el que piezas de ajedrez coloreadas ocupaban el lugar de las horas.
     Buck, en Paul Morphy: His Later Life, describe un incidente dramático en aquella recepción. El coronel Charles Mead, como presidente del comité de recepción, hizo en su discurso una alusión al ajedrez como profesión, y se refirió a Morphy como su exponente más brillante. “Morphy aclaró que no permitía que se le calificase de jugador profesional, ni siquiera por alusión, y lo hizo sentir de tal modo que llenó de confusión al coronel Mead. La mortificación por este incidente fue tal que el coronel Mead dejó el acto de homenaje a Morphy.”
     Antes de irse de Nueva York, Morphy recibió un nuevo presente, del Union Club: una corona de laurel en plata. Luego, se trasladó a Boston, donde se le dio un nuevo banquete, en el cual estaban presentes, entre otros, Agassiz, Holmes, Longfellow y Lowell. De regreso a Nueva York, Morphy jugó su match con James Thompson, con caballo de ventaja, ganándole por 5-3. Löwenthal califica a esta victoria de “la más sorprendente de todas las hazañas del campeón americano y, sin duda, una de las mayores en la historia del ajedrez.”
     Morphy permaneció en Nueva York hasta comienzos de noviembre, cuando visitó de nuevo Boston y se le obsequió con una corona de oro. De allí se fue a Filadelfia (donde realizó una exhibición a la ciega), luego a Baltimore y, por fin, a su ciudad. De acuerdo a Buck, “poco después de llegar a Nueva Orleáns, Morphy lanzó un nuevo desafío, ofreciendo dar peón y salida de ventaja a cualquier jugador del mundo. Como este desafío no tuvo eco, declaró que su carrera como jugador de ajedrez quedaba definitivamente clausurada, una declaración a la que se atuvo con firme resolución durante el resto de su vida.” Como, sin embargo, hay algunas partidas suyas, concediendo caballo de ventaja a Thompson y a Perrin, en Nueva York, en el otoño de 1860, consideraremos ésta la fecha de su retirada del ajedrez público. Ese año Louis Paulsen, que había regresado a Europa, retó en vano a Morphy a un match en términos de igualdad.
     Cuando Morphy se encontraba en Nueva York en 1859 y sus hazañas en Europa seguían deslumbrando a los norteamericanos, Robert Bonner, editor del New York Ledger, decidió incluir una columna de ajedrez en su periódico, y contrató a Morphy “al entonces casi principesco salario de 3.000 dólares anuales”, pagados con antelación.* Morphy pensaba publicar, con sus propios comentarios, todas las partidas de los matches La Bourdonnais-MacDonnell, considerándolas exquisitos ejemplos de ajedrez. Llegó a publicar quince y luego se detuvo. De sus notas sobre esos matches, aunque han sido citadas en numerosas ocasiones, vale la pena reproducir un texto que ilustra las opiniones y estilo periodístico de Morphy:
     Si hay algo que lamentar en relación con los combates entre estos ilustres jugadores, es la obstinación con que MacDonnell persistió en adoptar, en dos de las aperturas que con más frecuencia ocurren, una línea de juego radicalmente mala. Contra un adversario del calibre de La Bourdonnais, los desastrosos efectos de las primeras jugadas de MacDonnell en casi todas las partidas sicilianas y gambitos de dama no pudieron ser evitados, ni siquiera con un juego perfecto. La jugada 2.Cf3, o mejor aún, 2.d4, son las reconocidas como mejores. La última es, ciertamente, tan fuerte que ha contribuido a desacreditar a los ojos públicos esa perniciosa inclinación por la Defensa Siciliana, que tanto se jugó durante lo que podríamos llamar el período del juego cerrado, y que se extiende desde, digamos, 1843 hasta poco después de 1851. Era una época de partidas sin interés y monótono trabajo analítico, y con la excepción de las luchas entre los grandes maestros prusianos, aportó relativamente pocos especímenes de juego brillante. Debería ser un motivo de regocijo para cada amante del ajedrez que una época en que una tarea tan ardua condujo a resultados tan poco provechosos haya quedado atrás. Existe ahora una visible tendencia a cultivar un estilo más elevado de arte ajedrecístico: sustituir por el falso gusto que tanto tiempo ha prevalecido por un estándar de excelencia más elevado.
     Hemos tomado 1860 como el año de la retirada de Morphy del ajedrez público, aunque sigue habiendo partidas suyas documentadas hasta 1869. Pero entre 1861 y 1869 no jugó prácticamente ninguna en Estados Unidos, excepto con su viejo amigo Maurian, y sólo con caballo de ventaja. Sus partids en Cuba y París serán debidamente mencionadas en su momento.
     Al instalarse en Nueva Orleáns, donde vivió en la casa materna de Royal Street, la intención de Morphy era abrazar seriamente la profesión de abogado. Pero ahora se encontró con el problema de que los demás no lo consideraban un abogado serio. Para ellos seguía siendo el gran jugador de ajedrez y nada más. Aparentemente, esta injusticia le afectó en otros temas, no sólo en el aspecto profesional. Buck, que recibió la ayuda de parientes y amigos de Morphy al trabajar en su libro sobre los últimos años del maestro, dice que “se enamoró de una bella y saludable joven de Nueva Orleáns e informó del hecho a un amigo común, quien transmitió los sentimientos a la dama, pero a ella le disgustaba la idea de casarse con ‘un simple jugador de ajedrez’.” Sea cual fuere el fundamento de esta historia, no puede haber dudas de que en su trabajo en asuntos legales su reputación constituía un tremendo obstáculo. Disgustado, rompió su contrato con el New York Ledger y se esforzó todavía más por desvincularse de su indeseada fama. Luego estalló en los Estados Unidos la Guerra de Secesión, y Morphy, como patriótico sureño, se dirigió a Richmond (Virginia) para alistarse en el servicio diplomático de la Confederación. Fue rechazado y permaneció en Nueva Orleáns, donde fue capturado por los nordistas. En octubre de 1862 partió para Cuba en el buque de guerra español Blasco de Garay, en ruta a Europa. En La Habana dio una exhibición privada a la ciega (véase partida nº 137) y jugó una o dos partidas más. Una vez en Cádiz, tomó el tren para París, donde vivía un miembro de su familia, y allí permanecería hasta comienzos de 1864. Durante esa estancia de más de un año jugaría cierto número de partidas con Arnous de Rivière (de las cuales se incluyen, en la Cuarta Parte, todas las que se conocen, a partir de la sección 5) y, al menos, una con Mongrédien. En febrero de 1864 de nuevo se hallaba en La Habana, donde dio una exhibición a la ciega y se enfrentó a algunos de los mejores ajedrecistas cubanos, con caballo de ventaja. De regreso en Nueva Orleáns, siguió concediéndole caballo de ventaja a Maurian. Se esperaba la publicación, por parte de la editorial Appleton, de una colección de todas sus partidas, en cuatro volúmenes. Desde luego, su tío Ernest escribió una carta, fechada 14 de marzo de 1866, a Jean Préti, director de La Stratégie, en la que le informaba de que Paul se encontraba entonces en Nueva York, corrigiendo las pruebas de parte de esa obra. Lamentablemente, no volvió a oírse del proyecto.
     En 1867, su madre lo persuadió de que un cambio le haría bien, de modo que Morphy realizó un tercer viaje a París, donde permaneció unos dieciocho meses. Ahora, sin embargo, su alejamiento del ajedrez había llegado tan lejos que ni siquiera hizo acto de presencia en la sala en que se celebraba el gran torneo de 1867 (entre cuyos participantes se encontraba su rival de la infancia, Eugène Rousseau), ni tampoco se conoce una sola partida disputada por él en ese período. Es cierto que conoció allí a Zukertort, pero no sabemos de qué hablaron en ese encuentro. Después de su regreso a Nueva Orleáns, vivió en la casa de Royal Street hasta el día de su muerte. Siguió jugando al ajedrez con Maurian durante dos años, pero se negó rotundamente a jugar con nadie más. Siguió concediéndole caballo de ventaja, a pesar del hecho de que Maurian se había convertido en un jugador demasiado fuerte para ofrecerle tal ventaja. Los resultados de las cuatro últimas series de partidas que jugaron en 1869 arrojan estas cifras: (1) Morphy 6, Maurian 3, 3 tablas; (2) Morphy 3, Maurian 3; (3) Morphy 7, Maurian 10; y (4) Morphy 0, Maurian 4, 1 tablas. En 1869 Morphy abandonó por completo el ajedrez. Cuando se celebró el Segundo Congreso Americano de Ajedrez, en 1871, se hizo un gran esfuerzo por inducirlo a competir, pero fue en vano.
     El año de su abjuración del ajedrez se ha llamado también el de su muerte, en lo que se refiere al intelecto. Esto no es estrictamente cierto. En cualquier caso, pasaron algunos años antes de que esos rumores sobre su condición mental comenzasen a extenderse por el mundo. En 1875 Préti escribió sobre Nueva Orleáns, preguntándose qué había de cierto en tales rumores. La Stratégie (febrero de 1876) publica la siguiente respuesta de un corresponsal anónimo (¿Maurian?) de Nueva Orleáns:
     Lamento tener que informarle de que esos rumores están bien fundados. Debo apresurarme, sin embargo, a añadir que algunos periódicos americanos han exagerado enormemente los hechos, sobre todo cuando presentan el caso como absolutamente perdido. El propio Sr. Morphy cree ser el objeto de la animosidad de ciertas personas que tratarían de injuriarle y hacerle la vida intolerable, mediante una campaña sistemática de calumnias y persecuciones. No hay forma de persuadirle en este punto, pero sobre cualquier otro tema es perfectamente razonable.
      La idea fija que le obsesiona le ha llevado en ciertas ocasiones a conducirse de forma un tanto extravagante. Así, hace dos meses quería provocar un duelo con un caballero que, imaginaba, era uno de sus perseguidores. Desde entonces parece más tranquilo y no se ha creído necesario internarlo en un sanatorio, como han dicho algunos diarios.
      Todos sus amigos esperan que, con el tiempo y, sobre todo, con un cambio en su forma de vida, se recupere por completo.
      En cuanto a las causas que han producido en el Sr. Morphy este desarreglo de sus facultades, es difícil identificarlas, y no sé qué piensan los médicos que le atienden. Tengo motivos, sin embargo, para creer que, en su opinión, el ajedrez no tiene nada que ver con su afección. Incluso se me ha dicho que uno de ellos le ha recomendado el ajedrez como un medio de distracción, y un cambio de pensamiento. Como usted sabrá, el Sr. Morphy ha abandonado por completo el ajedrez, desde hace diez o doce años, y que, por otra parte, nunca se implicó demasiado en el mismo.
      Por mi parte, sin ánimo de expresar una opinión sobre algo que me supera, no puedo dejar de pensar que la vida sedentaria, carente de distracciones, que el Sr. Morphy ha llevado durante algunos años, debe haber ejercido una mala influencia sobre su organismo.
      La persona mencionada en la carta anterior, que Morphy imaginaba era uno de sus perseguidores, era su cuñado Sybrandt, administrador de la herencia del juez Morphy y a quien Paul, injustificadamente, acusaba de haberle robado su patrimonio. Emprendió un pleito contra Sybrandt e invirtió mucho tiempo, durante años, preparando su caso. Durante ese período, tenía tal temor de ser envenenado que se negaba a comer, excepto de manos de su madre o de su hermana Helena. El caso llegó, por fin, a los tribunales, donde se demostró fácilmente que las acusaciones de Morphy eran infundadas.
     En cuanto a la sugerencia de alguno de los periódicos americanos de que se había considerado necesario ingresar a Morphy en un hospital, Buck escribe que más tarde (en junio de 1882) su familia se propuso internarlo en un sanatorio, en la esperanza de que pudiese recuperarse. “La institución se llamaba Louisiana Retreat. Se encontraba cerca de Nueva Orleáns y estaba regida por la iglesia católica. Los que acompañaron a Morphy fueron su madre, su hermano Edward y su amigo íntimo C. A. Maurian. Cuando llegaron al sanatorio, Morphy protestó contra su detención de forma tan lúcida y discutió sus derechos legales con un conocimiento tan fundado de la ley, que las monjas al cargo se asustaron de asumir la responsabilidad, así que lo llevaron de nuevo a casa.”
     En ese año, 1882, hubo un proyecto sobre las personalidades de Louisiana, en el que se pensaba incluir a Morphy como “la mayor celebridad del mundo del ajedrez.” Al ser contactado al respecto, Morphy se mostró indignado, y escribió una carta, publicada en el Turf, Farm and Field, en la que declaraba que su padre, el juez Alonzo Morphy, del Tribunal Supremo de Luisiana, había dejado a su fallecimiento, la suma de 146.162,54 dólares, y que él mismo no tenía profesión y, por tanto, ningún motivo para ser biografiado. “Tengo el título de abogado,” añadía. También se cuenta, acerca del mismo período, que le dijo amargamente a su barbero, quien se aventuró a hablar del dinero que podía hacerse con el ajedrez, “¡Yo no soy un jugador de ajedrez!” Su conversación giraba, de forma constante, en torno a la fortuna de su padre, y la simple mención del ajedrez bastaba para irritarlo, aunque, al mismo tiempo, se dice que se mantuvo al corriente de las noticias hasta su muerte. Hay dos anécdotas de Buck que ilustran su incoherencia. En 1882 Zukertort se hallaba en Nueva Orleáns y, al encontrarse con Morphy en Canal Street, le entrego su tarjeta. Morphy tomó la tarjeta e introduciéndola en un bolsillo, sin mirarla, se dirigió en francés a Zukertort por su nombre. Sorprendido, el otro le preguntó cómo sabía su nombre o que hablaba francés. “Le conocí en París, en 1867”, respondió Morphy, “y entonces usted hablaba francés.”
     En 1883, Steinitz se encontraba en Nueva Orleáns y estaba ansioso por ver a Morphy. Un amigo trató de concertar un encuentro con Morphy. “Steinitz está en Nueva Orleáns,” comenzó. “Lo sé,” respondió Morphy. “Su gambito no es bueno.” Con muchas dificultades se concertó una cita, pero a condición de que no se mencionase el ajedrez. Sólo se prolongó diez minutos y seguramente fue un calvario para ambos.
     Una descripción del estilo de vida de Morphy en sus últimos años lo muestra caminando puntualmente a mediodía a lo largo de Canal Street, escrupulosamene atildado, regresando a casa al atardecer, cuando se envolvía en su capa de ópera, cuyas representaciones nunca se perdía. No veía más que a su madre, y se enfadaba si ésta invitaba a alguien a casa, aunque fuesen amigos íntimos. “Durante los años que precedieron a su muerte,” escribió su hermana Helena a Max Lange, en enero de 1885, “era hostil a toda relación social y se confinó a sí mismo en un sombrío retiro, con la única excepción de sus viejos amigos.”
     El fin llegó la tarde del 10 de julio de 1884. Había dado un largo paseo y regresado para darse un baño. Pero tardó tanto en su baño que la Sra. Morphy se alarmó y lo encontró muerto en la bañera. La causa de la muerte fue congestión del cerebro, a raíz del shock producido por el agua fría ante un cuerpo muy caliente. El funeral tuvo lugar al día siguiente, en una ceremonia íntima, a la que sólo asistieron familiares y algunos amigos.
     Tiene poco sentido discutir a qué se debe o qué causó la manía de Morphy. Obviamente, tiene que ver con la melancolía, la búsqueda de la soledad y la paranoia. Todas las evidencias apuntan a que su dolencia, siendo de naturaleza inocua, excepto para el infeliz paciente, era tal que ningún médico podría diagnosticarlo como enfermo. En cuanto a la causa, el hombre de la calle sin duda seguirá diciendo que el ajedrez. Quienes mejor conocían a Morphy y los médicos que lo trataron no pensaban así. Su creciente aversión por el juego, que empezó a observarse en 1858 y que culminó unos once años después, es sin duda un fenómeno curioso. Pero estas son todas consideraciones a tener en cuenta. En primer lugar, Morphy tenía razones para estar disgustado, no con el ajedrez, sino con los maestros de ajedrez, cuyo carácter le resultó muy distinto del suyo. Desde muy joven, era extremadamente generoso, no reconociendo, como él mismo dijo, ningún otro incentivo que no fuese la reputación, y no se encontró con caballeros de su clase, sino con tortuosos acróbatas de la pluma, ídolos de barro y ajedrecistas fulleros.* Cierto que también se enfrentó a caballeros muy dignos, como Anderssen, Löwenthal y la mayoría de los fuertes aficionados londinenses y parisinos. Pero las feas heridas infligidas por los otros nunca llegaron a curarse del todo. En segundo lugar, siempre se mantuvo puro de toda corrupción (como, con razón o sin ella, consideraba) de profesionalismo en ajedrez, aunque, sin embargo, fue siempre considerado un profesional. Por último, era ambicioso en la carrera que había elegido en la vida y, a pesar de ello y por una desafortunada combinación de circunstancias, tuvo que expiar la culpa de ser un ajedrecista.
     Esa ambición frustrada fue seguramente la causa del triste sino de Morphy. No es un hecho que dejase de ser un buen jugador de ajedrez para convertirse en un mal abogado, como a veces se ha dicho. Su debut en la abogacía fue excepcionalmente brillante, y al abrir su bufete en Nueva Orleáns, tenía muchos motivos para esperar un futuro muy halagüeño. Pero entonces entró en escena la cortedad de miras de sus conciudadanos, que persistían en verlo sólo como un campeón de ajedrez y nada más. Por otro lado, y sobre todo, la Guerra de Secesión acabó de dar al traste con sus esperanzas. Una naturaleza hipersensible como la suya no era la idónea para soportar tales pruebas.
     Está claro que el mismo exceso de sentimiento le afectó en la vida familiar y condujo a un estado de cosas que influyeron en él negativamente. En lo que respecta, por ejemplo, a la posición de su cuñado, en tanto que administrador de la herencia de su padre, le ofendió y alteró. No sabemos hasta qué punto se había desarrollado ese desafortunado estado de ánimo, antes de su tercera visita a París, aunque el hecho de que la Sra. Morphy le aconsejase el viaje sugiere que, en Nueva Orleáns, las cosas por entonces no eran muy satisfactorias para Paul. A su regreso, en 1868, la situación empeoró. Su  resentimiento con Sybrandt lo fue obsesionando cada vez más, hasta el punto de llevarlo a los tribunales con acusaciones absurdas, como la de haber intentado envenenarlo. El juicio debe haber sido, al menos en parte, responsable de las dificultades pecuniarias en que se vio inmerso, obligándole a desprenderse de algunos de sus trofeos, como el reloj de oro, que más tarde pasó a ser propiedad de Arnous de Rivière. Que haya sufrido además una decepción amorosa es algo que no podemos asegurar. No tenemos otra evidencia que la declaración ya citada y los meros rumores que le atribuyen una disposición demasiado ardiente no nos atañen. Pero lo que parece cierto es que no era deficitario en este aspecto de su naturaleza.
     Después de todo, al ser un genio, Morphy no podía escapar del precio que los genios deben pagar, que no es, por supuesto, la locura, sino una cuota de sufrimiento que la gente normal, pero no famosa, no suele padecer.
     ¿Qué clase de hombre era Morphy, que en tan poco tiempo (prácticamente, entre los 20 y los 22 años) produjo una impresión tan tremenda a un mundo que apenas presta atención al arte en él personificado? Hemos visto la descripción que Edge hace de él. El mismo autor lo compara, cuando se enfrentaba a los grandes jugadores de Europa con “Narciso en liza contra los Titanes.”
     He aquí una descripción suya del Rev. G. A. MacDonnell, inicialmente atribuida a él bajo el título “Mars” (Marte) al Illustrated Sporting and Dramatic News. MacDonnell, al referirse a su primer encuentro con Morphy en el Simpson’s, en junio de 1858, cuando Morphy acababa de jugar con Barnes:
     “A diferencia de otros maestros notables, no se quitó inmediatamente el sombrero para mostrar su poderosa frente… Estaba, literalmente hablando, cubierto por un amplio sombrero Panamá, y llevaba un traje de ropa clara, que parecía de lino fino. Estaba impecable en su vestimenta y comportamiento caballeroso. Al sentarse ante el tablero, retiró su sombrero y pude ver una cabeza amplia y bien proporcionada. Sus cejas eran increíblemente finas y, al mismo tiempo, pobladas, además de elevadas. Ojos oscuros (ni prominentes ni hundidos), pero muy luminosos y, lo que es mejor, de expresión muy agradable. Justo encima de ellos sobresalían esos bultos donde se supone se aloja la facultad de calcular. La parte inferior del rostro y, en particular, una mandíbula firme y bien moldeada, que indicaba, si no obstinación, sí una considerable determinación de carácter. Su sonrisa era deliciosa: parecía iluminar el combustible cerebral que transmitían sus ojos, haciéndolos emitir brillantes rayos. Morphy era bajo de estatura, pero bien proporcionado, salvo que sus manos y pies eran increíblemente pequeños, aunque las manos eran muy blancas y bien formadas.”
     Falkbeer describió así a Morphy en la Deutsche Illustrierte Zeitung, en 1881:
     “Su imagen me viene vívidamente a la memoria, de cuando lo conocí, en Londres, 1858. De estatura por debajo del promedio, con rasgos frescos y juveniles, delicadamente sombreados por un incipiente bigote, siempre impecablemente vestido, parecía mucho más joven de lo que realmente era. Podría tomársele por un escolar en vacaciones, antes que por un ajedrecista que había atravesado el Atlántico con el propósito de derrotar, uno tras otro, a los más eminentes jugadores del mundo.”
     El comportamiento de Morphy ante el tablero era admirable. La partida que tenía delante lo absorbía por completo y no practicaba trucos para irritar o distraer a su oponente. El hábito, común con Buckle y otros grandes jugadores, de mirar al techo cuando se sentía seguro de ganar, podía resultar desconcertante para aquéllos que sabían lo que esa forma de mirar significaba. Pero cuando un competidor ve una partida ganada, es hora de que la parte contraria admita la derrota. Tras la conclusión de una partida, Morphy accedía gustoso a reproducirla con su adversario. Esto se debía en parte a que recordaba sus partidas del pasado. Pero también tenía una extraordinaria memoria natural (no limitada exclusivamente al ajedrez), que abarcaba igualmente las partidas disputadas por otros. Por naturaleza, era un jugador muy rápido, como cabría esperar. Pero también sabía como jugar con lentitud, como, por ejemplo, en algunas partidas de su match con Anderssen. Pero eran los días en que el ajedrez se jugaba sin límite de tiempo. Su capacidad de concentración era maravillosa, de lo que no hay mejor prueba que su exhibición a la ciega de diez horas en París.
     Los observadores difieren en cuanto al interés de Morphy en cuestiones ajenas al ajedrez, durante el período de su gran aventura de 1858-1859. MacDonnell, por ejemplo, dice:
     “No puedo consignar ninguna cita notable de Morphy, porque nunca le oí ninguna. Era, ciertamente, taciturno, rara vez abría la boca, y cuando lo hacía era para pronunciar alguna observación acerca del ajedrez… En una ocasión, comió con el Sr. Boden y después, al dirigirse al Divan, pasaron por la Abadía de Westminster, y señalándola, Boden le preguntó si había visto su interior. ‘No’, dijo Morphy, ‘no lo he visto’. ‘¿Le gustaría verlo ahora?’ ‘No’, fue su respuesta, ‘no me interesa’. Hasta tal punto estaba absorbido por su objetivo.”
     Por otra parte, Edge, que afirma haber acompañado de forma casi constante a Morphy en Londres, declara que visitaron “todos los leones”, y que él a ningún tema menos que al ajedrez, si otras personas insistían en que Morphy se dedicase a jugar. De modo similar, en París quería ver todo lo que había que ver, y que su mal comienzo con Harrwitz se debió precisamente a los espectáculos nocturnos. Mientras que, en general, era muy abstemio, lo que provocó al “viejo Lowe” decir de él que no era extraño que jugase tan bien. “Nunca bebe otra cosa que café, no fuma ni siquiera un cigarrillo, y siempre se acuesta antes de medianoche.” Había cierta exageración en estas palabras, pero en lo relativo a fumar parece ser rigurosamente exacto.
     Por último, podemos citar lo que Maurian escribió en el obituario de su amigo para el Times-Democrat de Nueva Orleáns:
     “Paul Morphy nunca estuvo tan apasionadamente entregado al ajedrez como generalmente se cree. El conocimiento íntimo de su persona y una larga observación nos permite declarar esto de forma contundente. Su única devoción al ajedrez, si puede llamarse así, radicaba en la ambición por enfrentarse y derrotar a los mejores jugadores y grandes maestros de este país y de Europa. Percibía su enorme fuerza y nunca, ni por un momento, dudó del desenlace de sus confrontaciones. Ciertamente, antes de su primer viaje a Europa, en privado y modestamente, si bien con absoluta confianza, nos predijo su éxito, y cuando regresó, expresó la convicción de que había jugado mal, de forma temeraria, y que ninguno de sus oponentes debía haberlo hecho tan bien como lo hicieron contra él. Lo cierto es que satisfecha esa ambición, pareció perder todo su interés por el juego.”
     “Percibía su enorme fuerza y nunca, ni por un momento, dudó del desenlace de sus confrontaciones.”
     Entre los jugadores siempre habrá dos escuelas de pensamiento en relación con Paul Morphy: la que considera a éste perfectamente justificado en su confianza y el mayor genio del ajedrez que jamás ha existido o existirá, y la que –admitiendo, por supuesto, que era un genio rehúsa concederle una categoría especial, y atribuye su fenomenal éxito a la debilidad de la mayoría de sus oponentes y a la baja forma de otros. En la primera escuela se encuentra el laudator temporis acti; en la segunda, se encuentran aquéllos a los que les gustaría ser un Morphy de hoy y no están exentos del peor pecado del jugador de ajedrez: los celos.
     El autor de este libro no tiene la pretensión de tomar parte en la controversia en cuanto al preciso estatus de Morphy en la jerarquía ajedrecística. Prefiere apelar a la evidencia de dos maestros que sucedieron a Morphy en el campeonato mundial1, Steinitz y Lasker, de cuya competencia para formar una opinión no puede haber dudas. Puesto que ambos eran reticentes a sostener opiniones radicales, es una razón de más para seguir.
     Dice Steinitz: “La carrera de Morphy marca una gran época en la historia de nuestro juego, y el estudio minucioso de sus partidas siempre será esencial a fin de adquirir un conocimiento completo del ataque directo al rey, que constituye un elemento capital para el dominio de nuestra ciencia… Si Morphy estuviese vivo y se le considerase el espíritu rector de nuestros días, pues era superior, cultivaría necesariamente y ampliaría el sistema que ha sido desarrollado desde entonces. Probablemente habría sido el primero en realizar mejoras o en apreciar y reconocer la práctica de otros, en lugar de volver a los métodos de la vieja escuela, como sostienen algunos críticos…”*
     Steinitz dice también: “Hay claras indicaciones en su forma de jugar los matches de que una presión gradual y una mirada analítica por el equilibrio de la posición, que requiere un enjuiciamiento casi instintivo en su aplicación, y que ha sido cultivado y entrenado a un nivel mucho mayor desde los tiempos de Morphy. (…) Parece que Morphy, en lo que se refiere a su juego de match, ha sido acreditado y alabado por errores que no poseía (como crear posiciones contra sus más fuertes oponentes, en la que los sacrificios constituyen un rasgo distintivo), mientras que sus cualidades más admirables han sido casi ignoradas.”
     Lasker atribuye el éxito de Morphy a la aplicación científica de principios lógicos, y sus victorias no a sutiles combinaciones ni a una intuición natural, sino al desarrollo gradual de los efectivos, que demolía a su oponente con efecto acumulativo. “Esto contradice la creencia popular de que Morphy era un genio, que debía su éxito exclusivamente a unas dotes naturales superiores y al poder de la intuición.” Para Lasker, Morphy era “un jugador racional.”
     El cínico tomará buena nota de que ambos maestros atribuyen al juego de Morphy las características asociadas con el suyo propio. Pero lo cierto es que hay un poderoso motivo subyacente en todo gran ajedrez, comoquiera que se etiquete, ya sea “intuitivo”, “analítico”, “lógico”, “racional”, etc. Estas etiquetas son todas ellas falsas, aunque sólo sea porque son insuficientemente descriptivas.
     Por encima de todo, Morphy era un artista, y la mejor forma de disfrutar de un artista es no tratar de diseccionarlo.


* J. A. Galbreath, American Chess Bulletin, 1909, p. 250.
* Morphy no necesitó cruzar el Atlántico para desilusionarse. “Cuando acudió a Nueva York para el torneo de 1857,” escribe J. A. Galbreath, “tuvo su primera experiencia con el retorcimiento y los celos ajedrecísticos. Allí descubrió, por primera vez, que había personas que no tenían las mismas ideas elevadas que él acerca del ajedrez y ese descubrimiento constituyó un auténtico shock para el joven caballero.” (American Chess Bulletin, octubre 1908).
1 Esto es muy curioso. El autor parece considerar a Morphy campeón del mundo, cuando, oficialmente, ese título sólo se creó después de su muerte, concretamente en el match de 1886 entre Steinitz y Zukertort. N.d.T.
* Es interesante observar, en este sentido, el veredicto de los jugadores de la Régence, de que Morphy no era brillante, como La Bourdonnais, sino “sólido, preciso y analítico.”

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  1. rechesqui 08:08, junio 05, 2012

    Ojalá se haga realidad como las trescientas partidas de Tarrasch!.Yo tengo la edición de Dover y es un libro maravilloso(el de Morphy)

  2. Antonio Gude 10:03, mayo 29, 2012

    Anónimo. Gracias por la información acerca de las versiones. Lo desconocía.

  3. Anonymous 21:07, mayo 28, 2012

    Este libro que ud ha traducido se encuentra en version castellano en el sitio Mi pasion del profesor matamoros. Ha habido 3 versiones en castellano 1959, 1971 y 1973. Excelente este sitio suyo.