Jaque nº 516, pp. 56-57
Dicen que a don Miguel Najdorf le gustaba vanagloriarse de su conocimiento de la naturaleza humana, de su astucia para explotarla. Incluso cuando ese arte suyo se parecía mucho a las malas artes.
En el Interzonal de Saltsjöbaden de 1948 (un macrotorneo de los que ya no hay), Najdorf debía enfrentarse a Gösta Stoltz, conocido por sus compatriotas como uno de los tres mosqueteros (los otros dos era Gedeon Stahlberg y Erik Lundin) que habían deparado a Suecia importantes éxitos en las Olimpiadas de los años treinta. Stoltz era mecánico y sólo seudoprofesional del ajedrez, pero en el tablero exhibía un poderoso talento para el juego táctico y entre sus víctimas se encuentran los mejores de la época. No se pronunció, sin embargo, mejor halago para Stoltz que el que le dedicó Alekhine, tras la victoria de aquél en el fortísimo torneo internacional de Munich 1941: «Stoltz tiene un instinto muy refinado para materializar ideas inverosímiles.»
Hacia el mediodía, Najdorf encontró a Stoltz en la cafetería del hotel, solo y ensimismado. Najdorf sabía que Stoltz era un adicto al alcohol, así que lo invitó a una copa. Y la copa acabó convirtiéndose en una larga secuencia de muchas copas.
Najdorf se fue a comer y, al comenzar la partida, daba por supuesto que su rival era víctima segura. Pero el juego resultó muy reñido y, al realizar su jugada 42 Rd2, Stoltz propuso tablas a su contrario, a las que Najdorf se aferró como a un clavo ardiendo porque, según dicen que cuenta Najdorf, se encontraba muy inferior.
Lo cierto es que Najdorf aceptó las tablas y, al estrecharse las manos, el comentario de Stoltz fue un irónico broche a la partida y sus prolegómenos: «Le ofrecí tablas, aunque sé que estoy mejor, porque si usted no me hubiera invitado, hoy no habría podido jugar.»
No sé si la historia es cierta. Como dice la canción, «si es mentira o verdad / eso yo no lo sé / como lo oí contar / lo conté, lo conté.
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FABIO CASTILLO 22:37, septiembre 27, 2015
EXCELENTE !!