PIFIAS DE ANDAR POR CASA
Los nombres de los establecimientos siempre me han intrigado.
En la calle Valderribas de Madrid había (y supongo que sigue habiendo) una muy buena confitería, VILLAGARCÍA, en la que entré un día para comprar unos turrones. Como conocía bien Villagarcía de Arosa, y es un lugar al que le tengo cariño por haber pasado allí algunos veranos inolvidables de mi niñez, le pregunté a una señorita dependienta si los dueños eran originarios de aquel lugar. Me dijo que no. «¿A qué se debe entonces el nombre del establecimiento?» «Es el apellido de los dos socios: uno se llama Villa y el otro García.»
No aprendí la lección y, vulnerable al impacto de signos y nombres, vi en otra ocasión, en un rincón de la calle Preciados, también en Madrid, un Bar GARDEL. «Seguro que el propietario es tanguero y vivió en Argentina o Uruguay», pensé. Así me tomé un café allí. Entonces apareció por la barra un señor maduro y lo identifiqué como posible dueño. Le pregunté: «¿Es usted admirador de Carlos Gardel?». «No», me respondió indiferente. Tal vez ni lo conocía. «¿Por qué se llama el café Gardel?» «Por mis hijos», respondió, «García Delgado». Gar-Del. Hay que ver…
Así terminó mi carrera deductiva.
No volví a indagar más nombres de establecimientos.
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