8. EL SIGLO XIX
85. PAUL MORPHY
(…)
Siguió otro match con Owen, que éste perdió por 5-0 y 2 tablas.
El 27 de agosto se encontró con Staunton, paseando por los alrededores del Congreso de Birmingham y, antes de que pudiese preguntarle nada acerca de su decisión sobre el planeado match entre ambos, Staunton se anticipó, diciéndole que estaba completamente fuera de forma, debido a unos compromisos profesionales, que le habían impedido concentrarse en ajedrez. Nunca llegarían a enfrentarse.
Como los franceses seguían teniendo vitola de grandes jugadores, Paul viajó a París en septiembre. A su llegada, disputó una partida amistosa en el Café de la Régence, con «el rey», Daniel Harrwitz, quien le venció. Esto animó a Harrwitz a disputar un match con Morphy. Harrwitz ganó las dos primeras partidas. Pero Morphy ganó las tres siguientes y su rival alegó entonces indisposición, solicitando un descanso de diez días. Harrwitz volvió a perder la sexta partida y, de nuevo, alegó indisposición.
El 27 de septiembre y mientras estaba interrumpido su match con Harrwitz, Paul dio su famosa exhibición de simultáneas a la ciega, que fue presenciada por una auténtica muchedumbre. Los periódicos saludaron, entusiasmados, la hazaña del americano y un cronista escribió: «A Morphy puede considerársele superior a César, pues llegó, no vio y venció.»
La séptima partida del match fue tablas, pero Morphy volvió a ganar en la octava. Harrwitz rehusó entonces seguir jugando, de modo que el resultado final fue de 5-2 y dos tablas.
Anderssen había prometido a Morphy que estaría dispuesto a jugar un match con él, si éste viajaba a Europa. Llegó el momento. Con la bolsa del match con Harrwitz, Morphy sufragó los gastos del viaje de Anderssen a Francia. Hubo que esperar a las vacaciones de Navidad para que el profesor Anderssen dispusiese de tiempo, pero, fiel a su palabra, llegó a París en diciembre. El match (que se disputó sin mediar apuesta alguna) volvió a comenzar mal para Morphy, que perdió la primera partida. La segunda fue tablas. Pero pronto se volvieron las tornas, y el resultado final lo dice todo: 7-2 y 2 tablas.
Apenas había maestros europeos dispuestos a enfrentarse al americano. Pero Augustus Mongrédien se animó a jugar un match con él, y fue aplastado, por 7-0 y unas tablas. Luego, en la primavera de 1859, volvió a Londres, donde realizó algunas exhibiciones y, por fin, regresó a su país.
Aunque había llegado a Nueva York el 11 de mayo, el 25 se le dio oficialmente la bienvenida, ante una nutrida asamblea. Fue recibido con honores de héroe y obsequiado con un tablero cuyas casillas eran de madreperla y ébano, y un juego de piezas de oro y plata, además de un reloj de oro.
Dice Murray que «en el juego de Morphy y Anderssen los principios de la escuela de Lewis alcanzaron su más alta manifestación.» El ilustre historiador parece sobrevalorar la influencia de Lewis sobre el ajedrez posterior y, en cualquier caso, incluso es dudoso que pueda calificarse de escuela a los principios que aquél preconizaba. Morphy fue un virtuoso del juego abierto, el primero que supo optimizar la actividad de las piezas y el tempo de juego, lo que, sumado a una gran precisión y capacidad de cálculo, lo hizo prácticamente invencible en posiciones abiertas. Y aquí no está de más recordar que sus escasas derrotas lo fueron en posiciones cerradas, que no llegó a dominar por completo.
A partir de su regreso a Estados Unidos, Morphy rehusó enfrentarse a ninguno de sus compatriotas en términos de igualdad y hacia 1860 se retiró prácticamente del ajedrez de competición, aunque siguió disputando partidas amistosas. En 1869 abandonó por completo el ajedrez. No mucho después comenzó a sufrir delirios persecutorios e incluso emprendió un pleito contra su cuñado, Sybrandt, acusándolo de haberle robado su patrimonio y de intentar envenenarle. En los tribunales se demostró que las acusaciones de Morphy eran infundadas.
En 1882 se incluyó en una enciclopedia de Luisiana a Morphy como «la mayor celebridad del mundo del ajedrez», lo que molestó sobremanera al campeón, quien escribió, indignado, a los editores, informándoles de que él no era un jugador profesional de ajedrez, sino abogado, y que su padre, al fallecer, le había legado la importante suma de 146.162,54 dólares.
De algún modo, su imagen pública de jugador de ajedrez le perjudicó socialmente, pues abrió un bufete y no tuvo éxito: no inspiraba la debida confianza a sus conciudadanos. Incluso parece que se enamoró de una joven que lo rechazó por considerarlo un hombre sin una ocupación profesional sólida. En su texto El problema de Paul Morphy*, el eminente siquiatra Ernest Jones realiza la increíble pirueta acrobática de no aclararnos cuál era, según él, ese problema, que parece haber tenido cuatro caras: 1) la frustración por el rechazo de Staunton a medirse con él ante el tablero; 2) la decepción amorosa; 3) su fracaso profesional como abogado; y 4) sus demonios interiores. Un proceso autodestructivo que, el 10 de julio de 1884, concluyó fatalmente la partida vital y decisiva de Paul Morphy.
*Conferencia pronunciada ante la Sociedad Psicoanalítica Británica, en Londres, el 19 de noviembre de 1930, y luego impresa en sus Obras Completas.
HISTORIA DEL AJEDREZ, por A. Gude.
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