¿Qué fue de Robert James?
Muchos años atrás, la rue Saint-Jacques, en pleno Barrio Latino de París, estaba plagada de librerías esotéricas y de culto, como, por ejemplo, Shakespeare and Co., cuya propietaria, Sylvia Beach había editado, entre otras, una de las obras capitales de la literatura en el siglo XX: Ulises, de James Joyce.
Muy cerca del Sena, tenía en esa calle su guarida Julien Guisle, un conocido problemista que firmaba con seudónimo (Julian Quike). La librería, que también era su vivienda, era un auténtico cuchitril, pero albergaba incontables tesoros ajedrecísticos. Todo lo que allí se vendía era de segunda mano. Había libros de todo tipo y condición, lo mismo que colecciones de revistas en todos los idiomas (rusas, inglesas, alemanas, yugoslavas, argentinas…) envueltas, por años, en un papel rústico y atadas con cordel.
Imaginé que un Bobby Fischer cuarentón visitaba aquel antro mágico (tal ve lo había hecho) y rebuscaba con avidez por entre aquellas revistas y boletines de la estantería superior. Guisle, un hombre flaco, solitario y melancólico, sólo salía de la trastienda cuando era requerido. Dejaba entonces su eterna taza de té, apartaba la vieja cortina que separaba las dos dependencias y atendía al cliente. Ni siquiera envolvía la compra. No tenía con qué hacerlo. Cobraba y la transacción quedaba rematada. Fischer se iba con su botín y en el momento de abrir la puerta para salir, escuchaba la voz de Guisle que, cargada de reproche, le decía: «¿Por qué nos ha dejado usted?»
Otra de mis visiones (para un improbable guión de cine) se fijaría también en el tiempo enigmático y pantanoso de los años ochenta. Haciendo honor a su apellido, Fischer se ganaba la vida pescando a tanza, en un remoto lugar de la India. Al atardecer regresaba al pueblo, en un viejo bote de remos, y vendía su pesca al dueño de un bar para turistas.
Pero las cosas no eran así. Nadie sabía muy bien cómo eran.
Después de haber conquistado el título mundial, aparecían esporádicamente en la prensa noticias de misteriosos encuentros: con Campomanes, nuevo presidente de la FIDE, con Matsumoto, presidente de la Federación Japonesa, con Korchnoi, con Gligoric, incluso con el propio Karpov. Puede que todos esos encuentros hayan tenido lugar. O puede que no. Pero Fischer seguía siendo el hombre invisible. Se habla, por fin, de un encuentro en Washington, en 1977, entre Fischer, Karpov y Campomanes. Los tres van a firmar un contrato, con el que están de acuerdo en todos los puntos, incluida la bolsa de premios (¡dos millones de dólares!). Hasta que se produce un desacuerdo en el nombre del match. Fischer quería que se llamase Campeonato del Mundo Profesional, y Karpov, no. No hubo firma. Fischer se sintió engañado y no quiso volver a saber nada de Karpov, aunque éste siguió intentando promover un match en 1978 y 1979.
(continuará)
Del libro BOBBY FISCHER, por A. Gude, La Casa del Ajedrez (2011), pp. 40-42.
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Antonio Cebrian Mesa 20:26, septiembre 17, 2012
Muy bonito Antonio, me gustará leer el libro completo.