cine, octubre 23, 2016

REBECA Y EL ERROR DE HITCHCOCK

REBECCA Y EL ERROR DE HITCHCOCK - Antonio Gude

REBECA Y EL ERROR DE HITCHCOCK

Ayer, 22 de octubre, Joan de Beauvoir de Havilland, más conocida como Joan Fontaine, habría cumplido 99 años.

Recordar a Joan Fontaine equivale a recordar, inevitablemente, Rebeca, una de sus mayores interpretaciones, con la que el gran Hitch recreó la novela homónima de Daphne du Maurier. El maestro del suspense se encontraba a sus anchas en las aguas pantanosas del melodrama, donde la duda, la sospecha y los secretos son casi figuras de estilo del género. El film, con Laurence Olivier y George Sanders, ganó con todo merecimiento el Oscar de 1940 y, realmente, no hay duda de que se trata de una obra maestra.

La idea argumental parece de novela rosa: en la primera parte un atractivo millonario maduro conoce, durante un viaje, a una encantadora, pero tímida joven. Ambos se enamoran, se casan, y él la lleva a su lujosa mansión, en Inglaterra. Pero sólo hasta ahí.

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La joven recién casada, a la que Fontaine da el toque exacto de inexperiencia, se encuentra de pronto en una mansión aislada, en la que todo la inhibe con su atmósfera de protocolos y silencios, menosprecios y hostilidad. El ama de llaves (una espléndida Judith Andersson) la hace sentir insignificante. Todo eso porque la verdadera protagonista de la historia es una persona inexistente: Rebeca, la primera esposa, la verdadera señora de Manderley. Desaparecida, muerta, pero cuya presencia domina cada rincón y cada rito de la residencia. Incluso su personalidad, su fuerza se va apoderando de la nueva esposa, llenándola de aprensiones y haciéndola sentirse cada vez más insegura, casi avergonzada de sí misma, puesto que todas las referencias y sensaciones convierten a Rebeca en una bella dama, de gran personalidad y exquisito gusto, a quien todos más que admirar, parecen rendirle veneración.

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Aquí viene el motivo que justifica este escrito. Pretender enmendarle la plana a un monstruo del cine como Hitchcock es poco menos que temeridad y, como mínimo, pretencioso. Pero lo que voy a decir lo pensé desde mi primer visionado de la cinta. Desde entonces la vi unas siete u ocho veces más y sigo pensando lo mismo. Un mandamiento no escrito del cine de suspense establece que, al crear una atmósfera de misterio, siempre es mejor sugerir que mostrar. Pongamos un ejemplo. De La mujer pantera se han hecho varias versiones. La primera, de Jacques Tourneur, es en blanco y negro (1942, con Simone Simon). La última, de Paul Schrader (1982, con Nastassja Kinski) es en color. En la de Tourneur hay una secuencia en que la sombra de una invisible pantera se proyecta, ondulante, contra los muros de una piscina, en la que nada la protagonista. La pantera nunca se ve. En la de Schrader, la pantera es visible y a sus apariciones siguen escaparates de abundante casquería y sanguinolencia. La solución de Tourneur es más terrorífica para el espectador y, desde luego, bastante más artística que la de Schrader.

Llegamos al punto que me interesa. La figura de Rebeca es tan imponente e intimidatoria que se agranda a cada fotograma en que NO está presente. Por eso, desde el momento en que se nos muestra retratada en un cuadro, por bella y elegante que nos parezca (y aun si fuera diez veces más hermosa y más elegante), pierde una gran parte de su aura y de su misterio, de su poder de sugestión. Mientras era una figura elusiva, su poder de fascinación era infinito. Una vez que se la conoce, pasa a ser un mortal y esa muestra física de su persona atenta contra el mito. Podríamos interpretar esto como un estudiado encumbramiento del personaje para ir arrojándolo luego desde la cúspide. En tal caso, el cuadro, la imagen iconográfica sería el primer paso para desmitificar una presencia tan dominante, creando así las primeras fisuras en el tejido de ese ser casi mítico. Pero sigo pensando que mostrar una imagen de Rebeca en la cinta es un error. No he leído el libro y me gustaría saber si du Maurier describe al personaje, y si es así cómo lo hace. Sugerir antes que mostrar. Mantener el velo y desvelar con delicadeza de orfebre y mano de mago.

 

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1 comentario

  1. Armando 18:29, octubre 26, 2016

    Sr. Gude:

    Tanto como un error… quizá sea una apreciación un tanto rigurosa en cuanto a crítica se refiere. A fin de cuentas, creo, a mi modo de entender, que el tamaño cobra importancia a la hora de producir el efecto psicológico deseado y Rebeca no sale en una fotografía de mesa sino en un cuadro de grandes dimensiones lo que infunde, al menos en mí respecta, cierta sensación de miedo al contemplar semejante monstruo. Recuerdo mi lectura de «El diablo de la botella» de R. L. Stevenson, en el que, salvo en un momento puntual, el dueño del mencionado objeto no experimentó a lo largo de la trama el terror connatural a tener cerca a semejante e inmunda criatura. Compárelo con la descripción que se hace del Anticristo en el Apocalipsis. Saludos.