
ANTONIO POZUELO no fue un jugador destacado, ni conocido, pero pocos le superarían en su amor por el ajedrez, que siguió practicando y estudiando hasta el final de su vida. Después de la Guerra Civil se exilió en América, primero en Uruguay y luego en Perú, regresando a España en la década de los setenta.
En Montevideo hizo amistad con los jugadores españoles José Luis Álvarez, Rubio Aguado y Mariano Perero, que por entonces destacaban en el Río de la Plata. Perero fue campeón universitario de Uruguay y a Daniel Rivera puede llamarle la atención (puesto que Mariano es amigo común) que fue precisamente Antonio quien inició a nuestro amigo en las lides del ajedrez, en el viaje transatlántico que los llevó a ambos al Uruguay desde Marsella. Si el ajedrez es motivo suficiente para redactar estas notas sobre un hombre singular, mayor motivo es consignar aquí su nobleza de espíritu y su alto sentido de la justicia y de la solidaridad entre los hombres. Más que quererlos, con sus amigos era uña y carne y era difícil asomar la menor crítica contra alguien que él apreciaba.
Sufrió un lamentable accidente cuando aún tenía una enorme vitalidad y, pese a eso, quijote y arrogante como era, tuvo la ocurrencia de morirse un día que no es un día cualquiera y menos para él: un 14 de abril, Día de la República.
Honor y gloria a este entrañable ajedrecista anónimo.
Foto: Antonio Pozuelo. Chaclacayo, Lima, 1965.
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