Cubierta del número 66 de RIA (mayo 1993), cuyos titulares indican el principal contenido de la revista: la Final de Candidatos Short-Timman, en la que el GM inglés su impuso a su colega por 7,5-5,5 (por Elizbar Ubilava); el triunfo compartido de Anand y Gelfand en el Memorial Alekhine de Moscú (por Anatoli Bijovsky), y la victoria de la selección rusa en el Campeonato de Europa de países, disputado en Debrecen 1992.
Texto del editorial:
UN MUNDIAL DEVALUADO
Tras su victoria ante Timman, Short ha conquistado el derecho de enfrentarse a Kasparov por el Campeonato Mundial. El pronóstico general es que el británico poco tiene que hacer en ese match, pues no olvidemos que se encuentra en el listón 2655 Elo (150 puntos por debajo del campeón). Un sondeo realizado en medios profesionales señala que, de cruzarse apuestas, éstas se situarían en la proporción 10 a 1, favorable a Kasparov. Por otra parte, el propio Kasparov, en vísperas de la Final de Candidatos, contribuyó sustancialmente a devaluar el mundial: «Ganará Short y su match conmigo será ‘short’ (breve, corto).» El británico, por el contrario, hace lo imposible por calentar el ambiente. Provoca al azerbaiano y afirma que será «un match sucio, porque Kasparov recurre a todos los medios por conservar el poder.»
El 8 de febrero era la fecha límite para la admisión de ofertas en la FIDE. Se rumoreaban las teóricas candidaturas de Berlín, Manchester-Londres, Barcelona y Santiago de Compostela. Las dos sedes españolas parecían contar con el beneplácito del campeón, que coqueteó abiertamente con una y otra. Finalmente, declinaron pujar Berlín, Barcelona y Manchester-Londres, en este último caso seguramente porque sus promotores estaban convencidos de que Kasparov nunca aceptaría jugar en suelo británico.
Las referencias barajadas eran: 1) El mundial del 90 (Nueva York/Lyon), con 368 millones de pesetas; 2) la oferta de Los Angeles, luego retirada, por algo más de 400 millones y, sobre todo, 3) los famosos cinco millones de dólares del Fischer/Spassky, disputado a fines de 1992.
El día D se someten a la FIDE dos ofertas: una del millonario serbio J. Vasiljevic (el organizador del match Fischer-Spassky), por 5,6 millones de dólares (unos 640 millones de pesetas) y otra del señor Marcote, director de un colegio privado en Galicia, por un millón de francos suizos (77 millones de pesetas), es decir, el mínimo requerido por la FIDE para el fondo de premios.
Esto permite un interesante análisis, porque si bien el abismo entre ambas no admite discusión, existen implicaciones que convierten a este asunto en sugestivo. Kasparov no puede aceptar la oferta de Vasiljevic, por haberle acusado poco menos que de gángster y por sus virulentas declaraciones contra Serbia, erigiéndose en el mayor heraldo del embargo de la ONU. Pero como la sede alternativa propuesta por el serbio es Sofía (la otra era Belgrado), el campeón, en un alarde de prestidigitador, declara que aceptar Sofía lo sitúa en el límite de lo que su conciencia puede admitir. Es decir, y para buenos entendedores, que aceptaría encantado.
La segunda propuesta se efectúa, obviamente, para cubrir las formalidades, en espera de tapar el más que probable ‘bluff’ con alguna milagrosa inyección de dinero, fuera de plazo. Que alguien oferte 600 millones por debajo de otra puja pone de manifiesto que debe existir connivencia por parte de la FIDE. En cualquier caso, es difícil imaginar que la Xunta de Galicia pueda aceptar presupuestos como el que el señor Marcote y el propio Campomanes, hábiles émulos del Gran Capitán, se han atrevido a presentar: 991 millones en total, que, con los impuestos derivados del pago a extranjeros se elevarían bastante más allá del millar de millones. Para un país en crisis económica, ¡vaya un sobrio peregrinaje!
Sorprende la falta de seriedad con que parece manejarse una licitación internacional, metiendo al campeonato mundial de ajedrez en una nube de pretensiones, intereses y ambiciones personales. Si pensamos con generosidad, quizá eso se deba a la precariedad en que se mueven los protagonistas, incapaces de interesar a nadie en una final descafeinada, cuando el público está pensando en un match Kasparov-Anand o, mejor aún, Fischer-Kasparov.
Resulta estimulante comprobar que todo el mundo dice estar realizando supremos esfuerzos por popularizar el ajedrez en nuestro país, aunque todo el mundo también se encierra en su coto privado de caza. Una actitud que despide un inconfundible tufillo a vanidades personales y afán de protagonismo, cuando no ánimo de lucro.
A la hora de la verdad seguro que Kasparov sabrá inculcar a su conciencia el realismo preciso para aceptar la fatalidad, a saber, un sí al mejor postor, quizá concluyendo que en definitiva todo el dinero es sucio. Lo más curioso es que, entretanto, a nadie parece importarle qué piensa Short de todo eso.
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