otros temas, agosto 22, 2013

VIEIRA DA SILVA: UNA ARQUITECTURA DE LO VISIBLE

El fuego que arde sin ser visto
El dolor que duele y no se siente
LUIS DE CAMOES

Mucho hay que agradecer la exposición en Madrid organizada por la Fundación March* para festejar la obra de la pintura portuguesa María Helena Vieira da Silva, que nos regala a los adoradores de Caissa con dos espléndidas creaciones: La partida de ajedrez (1943, imagen) y Jaque mate (1950).
La energía creadora de Vieira da Silva plasma estructuras envueltas en mantos de luz, en las que predominan espacios recreados al estimulante amparo de las escuelas modernas (surrealismo, cubismo, leves destellos impresionistas). Abundan entes inmóviles -que no carentes de vida- o espacios seudodecorativos, aunque a veces se enracimen multitudes, como en El desastre, que transmite una desasosegadora sensación de hacinamiento, bordeando la Metrópolis fílmica de Fritz Lang, en un tono general amarillo/marrón acosado por una nube que trae incertidumbre y amenaza.
Otra obra más que hermosa es Bahía imaginada, de colores reposados y tenues, en la que las casas se engarzan en dominantes celeste y crema, más propios de la Costa Azul que del Atlántico lusitano. El año de esta creación (1946) es precisamente el de la muerte de Alekhine en Estoril y por eso también nada luminoso puede acercarnos en ella al estuario de Lisboa.
En La partida de ajedrez** (portada RIA nº 47) nos invade un universo de casillas amarillas que a través del castaño llegan al negro para llegar al blanco. Envueltos están -casi devorados- los jugadores, de por sí inmersos en la maravillosa pesadilla del tablero. Una de las creaciones más significativas que el arte moderno le haya consagrado nunca al ajedrez.
En Jaque mate se conforma una arquitectura que roza el cubismo, con las figuras del tablero algo mecánicas, acaso por influencia de Fernand Léger, pero las casillas se transfiguran en baldosas, que pueden ser mosaicos danzando en una fuga de grés.
No sólo en estos cuadros se percibe cierta fascinación de la pintora por el damasquín, por más que ella lo recubra de una infinita gama de color. En El sueño (1949) los escaques trepan como la madreselva, unas veces con luz y otras sin ella y esta pesadilla onírica es una reveladora pista sobre las conexiones de Vieira da Silva con los arcanos del ajedrez.
Quizá el poeta luso António Ramos Rosa no ande descaminado, cuando, brillantemente temeroso, sugiere sendas para llegar a los castillos pictóricos de María Helena Vieira da Silva:
«Todo arde ainda na minuciosa paciencia de uma dádiva
na subtil pountuaçao de uma apaixonada visao
Intensidade e tensao
da atençao pura
que sabe conter o que nao se pode conter»
(Todo arde incluso en la minuciosa paciencia de una dádiva
en la sutil puntuación de una apasionada visión
Intensidad y tensión
de la la atención pura
que sabe contener lo que no se puede contener)
Por cierto: ¿cuál fue el número de cuadros expuestos? Ustedes ya se lo imaginan: 64.
* 17 mayo – 7 julio 1991.
** Vi, por primera vez, este cuadro en el Museo de Arte Moderno de París, en 1972 o 1973 y me quedé fascinado por el mismo.   
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1 comentario

  1. Grupo Mera 08:24, septiembre 04, 2014

    Grandísima arquitecta donde las haya